martes, 16 de marzo de 2021

VISITA A LA GRANJA A LOS MONSTRUOS.

 1.                 La llegada del general Richter.

Emil Richter era un general de la vieja escuela, acostumbrado a mandar hombres y no monstruos, por lo tanto, el nuevo de modo de hacer la guerra, ese que tenía su máximo adalid en Peter Stiglitz le repugnaba porque le parecía una práctica inédita y cruel que no tenían parangón en los anales de la historia universal.

Pese a todo, el general tenía mucha curiosidad por conocer de cerca a estas criaturas que habían tenido un papel relevante cuando llegó la hora de enfrentar a los nuevos landships británicos. Si lo que veía lograba convencerlo de la efectividad bélica de estos fenómenos, estaría dispuesto a darles una oportunidad entre las tropas que el Kaiser le había confiado, dejando de lado el horror que esos monstruos quiméricos le inspiraban.

Peter Stiglitz confió esa tarea en un verdadero especialista en el tema, míster George Rogers, un extraño hombre que trabajaba en el Museo de Madame Tussaud de la bombardeada capital de Inglaterra, el cual en vez de dirigirse hacia la seguridad que ofrecía la intocada Escocia, decidió coger el rumbo opuesto y encaminarse hacia Portsmouth, el recién conquistado puerto del condado de Hampshire.


Rogers había leído relatos en los periódicos de la City sobre la actuación de los monstruos al servicio de Stiglitz en las recientes batallas libradas sobre el suelo de Hampshire, y eso le decidió a poner sus conocimientos a favor de la causa del Kaiser ( aunque mejor sería decir que prefirió que la gente de poco seso y amiga de las apariencias lo viera como un traidor; pues de ese modo conseguía ocultar a los bandos en conflicto, la genuina motivación que estaba detrás de su inaudita elección)

Emil Richter bajó de su automóvil y se dirigió al encuentro de George Rogers, el mentor de aquellos fenómenos creados con el dinero del Kaiser.


En fin, el caso era que ahora Rogers estaba apretando la mano del general Richter, y para variar se enfrentaba con la ominosa pregunta que le venían haciendo todos los oficiales alemanes que había conocido desde su arribo a la Franja (ese era el nombre que los alemanes le habían puesto al territorio conquistado por sus tropas en el sur de la isla)

—Me da mucho gusto conocer a todo un profesional en el ramo de los monstruos—dijo Richter con un dejo de ironía en el tono de su voz.

—Lo mismo digo—replicó Rogers—desde que estoy en la Franja he conocido a mucha gente formada en el arte de matar gente.

—Le ruego no tome a mal mis palabras mister Rogers—dijo Richter. No era mi intención despreciar su trabajo, pero para mí los monstruos deben estar en una jaula ambulante, y no formar parte efectiva de un ejército en campaña.

—Bueno los caballos y las mulas también forman parte de un ejército combatiente—dijo Rogers haciendo gala de un poco de sorna con el atildado militar germano.

—Esos animales son criaturas diseñadas por la mano de Dios, no asquerosas mutaciones, degeneraciones que deberían haber sido destruidas, de no ser por la inaudita ocurrencia de Stiglitz de emplear a estos fenómenos para algo que deberían hacer los soldados del Kaiser.

—Precisamente esas bestias ahorran vidas humanas, y gracias a ellas tendremos menos novias y madres llorando por haber perdido a sus prometidos e hijos en estas batallas tan enconadas.

—El soldado está hecho para luchar, vencer o morir son meras circunstancias que el destino pone en nuestro camino. La gloria debe ser para aquellos que luchan y sobreviven, no para unos monstruos que no saben muy bien lo que hacen. Obedecen a Stiglitz porque él les permite alimentarse de los cadáveres de nuestros enemigos.

—Viéndolo bien eso no tiene nada malo general. Todos sabemos que después de acabada la lucha los campos de batalla quedan repletos de cadáveres, si los monstruos se los comen los que han sobrevivido se ahorran la tarea de enterrarlos. ¿No le parece que eso es bastante bueno?

El general Richter no dijo nada, el argumento era demasiado bueno como para contradecirlo, aunque en su fuero interno estaba convencido de que permitiría que esa idea, procedente de un advenedizo, prosperase demasiado.

—En fin— dijo el general como para cambiar de tema— No he venido hasta acá para perder el tiempo polemizando con usted. Me interesa ver con mis propios ojos a las bestias que serán usadas en la próxima batalla para conquistar Cornualles. Seguramente se le ha informado que es vital ocupar la cornisa más occidental de Inglaterra para que nuestros dirigibles tengan un punto de apoyo para su larga singladura atlántica.

Esta vez le tocó a mister Rogers hacer una pequeña pausa de silencio en el intenso diálogo que hasta el momento estaba teniendo con el militar germano. La verdad era que Rogers no sabía nada sobre el tema, es más le interesaba muy poco el empleo bélico que los alemanes le brindaban a las bestias que su tortuosa imaginación diseñaba, pero la mención de la palabra singladura le hizo pensar que los alemanes estaban preparando una operación  de desembarco al otro lado del mar, en las costas de la América anglosajona, pero pronto lo pensó mejor y consideró que ese conocimiento no era en lo absoluto relevante para el trabajo que había venido a desempeñar por encargo de sus patrones alemanes.

—Bien, general Richter, creo que ha llegado el momento de ir al grano—dijo Rogers con un tono de voz que indicaba claramente que no deseaba perder más tiempo con circunloquios, y que estaba con muchas ganas de presentar los resultados de su obra ante la mirada de un general que servía de enlace con el Estado Mayor aposentado allá en Berlín.

—Lo mismo digo—replicó Richter mientras se quitaba el quepi que cubría su calvicie, y lo sacudía un poco para deshacerse de la inevitable cuota de polvo que impregnaba aquella prenda que servía para proclamar su rango.

—Muy bien, general, le diré que vamos a hacer: he conseguido reclutar cierto número de prisioneros ingleses para formar un batallón de infantería, se le ha entregado cierta cantidad de piezas de artillería,y se le ha prometido la libertad si consiguen superar en combate a mis nuevos monstruos guerreros.



—Y no teme que esos ingleses intenten escapar del Polígono —preguntó el general Richter solo para ponerle el condimento de la zozobra a la conversación.

—No llegaron demasiado lejos si lo intentan, y pocos conseguirían escapar de la Franja con vida—replicó Rogers con un tono de aplastante seguridad.

—¿Realmente piensa respetar la promesa que le ha hecho a esos soldados?  Después de todo son sus compatriotas—continuó interrogando el general, quien se sentía muy a gusto haciendo una pregunta que apuntaba a molestar a su interlocutor dando a entender una supuesta traición a Inglaterra.

—Claro que no, además soy irlandés y confío en que mis monstruos podrán acabar con los ingleses. La idea es darnos cuenta de las fortalezas y debilidades de la nueva generación de monstruos que se emplea en la futura batalla de Cornualles. Nuestro equipo de filmación rodará la batalla y la podremos ver una vez editada.

—Entiendo, ese proceso tardará algún tiempo—dijo Richter dejando entrever que deseaba saber con exactitud cuánto debía esperar para volver.

—Unos tres o cuatro meses.

El general no dijo nada más, se despidió de Rogers y mientras volvía a su automóvil pensó que el lapso de tiempo que le habían dado era justo lo que se necesitaba para preparar la invasión de Cornualles, quizá los nuevos monstruos tendrán oportunidad de participar en ella.

2- Batalla entre soldados y monstruos.

Los monstruos eran grandes y fuertes, medían unos dos metros de altura, y eran muy corpulentos, y en vez de uniforme vestían un tabardo de paño blanco decorado con una inmensa cruz de Malta. Su cuerpo grueso y peludo estaba protegido por unas placas metálicas que hacían recordar a los soldados que los enfrentaban  al gigantesco Goliat biblico, además también portaban unos grandes escudos curvados que recordaban a los que usaban los legionarios que habían conquistado Britania, como arma ofensiva usaban un sable de caballería colgado a la espalda.

 El objetivo a conquistar era una larga y sinuosa trinchera defendida por varias ametralladoras servidas por unos soldados que llevaban un casco de acero que parecía una escudilla puesta al revés colocado sobre sus cabezas, las cuales a pesar de que parecían pequeñas, apreciadas de lejos, se veían como un alimento realmente delicioso en la imaginación calenturienta de un Goliat en plena marcha.

Para hacer la cosa un poco más sencilla, se habían prescindido de colocar alambradas en medio de la tierra de nadie que los Goliats tenían que recorrer en medio de aquella lluvia de balas. Se trataba de probar la eficacia de los monstruos ejecutando una carga frontal contra el enemigo, las alambradas serían erradicadas, bajo fuego real por zapadores blindados como los antiguos caballeros.

Las ametralladoras ladraban, como perros asustados, ante el avance de aquellas formaciones de monstruos provistos de escudos que cubrían su frente y sus flancos, las cuales avanzaban lentamente hacia las trincheras que esas ametralladoras defendían, sin que estas ruidosas armas hubiesen conseguido matar a algunos de los monstruos que se protegían detrás de aquella formación táctica prestada a los romanos. Lo cual no era poco decir, pues aquellos hombres que siguieron a Julio César en su paso por las Galias, y en su conquista de Britania habían sido el gran imperio militar por excelencia de la antigüedad, del mismo modo que Alemania pretendía ocupar ese sitial en los tiempos que ahora corrían.

A los “tommies” se les había prometido la libertad si conseguían rechazar la carga de los monstruos, pero ahora se habían dado cuenta de que la cosa no pintaba tan fácil. La potente ametralladora, que tantas vidas había segado en los campos de batalla convencionales, no era más que una simple cerbatana que no servía para penetrar el espesor de los escudos que portaban los monstruos, los cuales estaban demostrando que aquel blindaje portátil era tan eficaz como el de los landships que Lord Churchill había lanzado al combate en el frente de Hampshire.

Pero todavía les quedaba un as debajo de la manga, si las ametralladoras se habían vuelto inocuas, y los monstruos casi estaban encima de ellos anhelosos de traspasarlos con sus lanzas de ulano, era necesario que la artillería interviniera para salvarlos de esa muerte que parecía casi segura. Y para que eso sucediera, era menester que alguien dejase de disparar la ametralladora, para correr dentro de la trinchera en pos del teléfono de campaña. Los boches les habían permitido disponer de unas cuantas piezas de artillería para auxiliarse con ellas en un momento determinado. Y el momento parecía haber llegado, necesitaban que aquellos cañones abrieron fuego para que despedazaran a estas criaturas infames que ya habían arrojado sus escudos para enfrentarse a los soldados que blandían sus fusiles con las bayonetas caladas como única defensa ante el asalto de los Goliats premunidos de sables pesados como los que usaba la caballería.

El soldado Harry Short decidió que no valía la pena enfrentarse a un Goliat, y arrojó el fusil que le había sido entregado no sin antes quitarle la bayoneta, para hacer de aquella arma blanca la protectora de su vida en caso de necesidad. En el momento en que se deshizo de su arma reglamentaria era consciente de que nadie podía hacer nada para detenerlo, es más hasta sería muy tonto intentar hacerlo en plena pelea contra los monstruos. Los oficiales estaban luchando por preservar su propia vida como para gastar balas y saliva en detener a un desertor, pero Harry no pensaba en hacer y no abandonó la trinchera, más bien se le ocurrió correr a través de ella para ir en busca del teléfono de campaña que servía de enlace entre la trinchera que defendían y las baterías que deberían prestarle apoyo en caso de necesidad.

Estaba seguro que los asaltantes ni siquiera se les ocurriría cortar los cables tendidos que conectaban el teléfono de la trinchera con las torretas de artillería que si todo salía como quería convertirían aquel lugar en un paisaje lunar muy pronto.

 Los cañones se hallaban situaciones en pequeños promontorios que dominaban el terreno donde se estaban desarrollando la lucha, a modo de reductos, y Harry era consciente de que si empezaban a abrir fuego sobre la trinchera era muy probable que los monstruos perecieran heridos por la metralla y también los soldados ingleses que las estaban defendiendo.

 A estas alturas del combate, Harry no creía que los alemanes realmente les fueran a dar salvoconductos para abandonar la Franja, era consciente que no volvería a ver su hogar, sus compañeros y él habían sido muy ingenuos en creer la palabra de los boches, aquellos monstruos horrendos estaban ahí para matar y luego limpiar el campo de batalla de cadáveres.

Harry llegó hasta la caja que contenía el teléfono y levantó la tapa descubriendo el auricular, accionar la manivela que puso en marcha el generador que permitiría la llamada, cogió el auricular y lo puso a la altura de su oreja derecha. El contacto con aquel adminiculo le hizo pensar en el cañón de una pistola orientada hacia su sien, la analogía era bastante correcta pues lo que iba a hacer era, en cierta medida, una especie de suicidio.

Harry no tenía dudas sobre lo que iba a suceder cuando abriera la boca para pedir el bombardeo de su trinchera, y no le tembló la voz para solicitarlo. Al otro lado de la línea, el artillero que recibió la solicitud no la cuestionó. Y dio las órdenes para proceder al ataque.

Entonces Harry se volvió y vio al monstruo que se había infiltrado en la trinchera, la criatura tenía el sable desenvainado, y su cabeza giraba de aquí para allá  como si buscara  cuerpos para sablear, su tabardo lucía un poco agujereado por las balas que había interceptado su blindaje personal, pero su furia permanecía intacta. Súbitamente, uno de los soldados que defendía la trinchera tuvo la suficiente valentía como para intentar estoquear al gigantesco invasor, para su desgracia un tentáculo se enrolló en torno al fusil que manejaba, y después de un breve forcejeo terminó por arrancarsela de las manos. Antes de que el soldado pudiese reaccionar de algún modo, el Goliat le estampo un sablazo en plena cara  partiendosela por la mitad, y cubriendo de sangre la hoja del sable.

En ese momento Harry supo que el próximo objetivo de aquella espada sería él, y se preparó, se echó el fusil a la cara, adquirió lo mejor que pudo el blanco para su Lee-Enfield y puso el dedo sobre el gatillo, listo para hacer fuego sobre aquella mole que se le estaba viniendo encima. No pensaba precisamente en sobrevivir pues estaba seguro que los cañones de las torretas dispararian en cualquier momento, pero no era cuestión de quedarse quieto esperando ser asesinado por aquellos monstruos. Todos sus camaradas estaban luchando, y él no sería la excepción.

 Monstruos, tentáculos y espadas por una parte, soldados, rifles y bayonetas por el otro, todos entreverados y persiguiéndose para matarse. Y una ocasional llamarada encendía ocasionalmente el cuerpo de algún inglés recalcitrante convirtiendole en una tea chirriante.

 Una punzada de miedo recorrió su cuerpo, el monstruo que se acercaba sonrió y le enseñó sus dientes puntiagudos. La fé de Harry se tambaleó un poco, los cañones todavía no retumbaban en sus oídos, y una cosa de formas angulosas se desplazaba mediante patas articuladas sobre las paredes, cubiertas con tablas de la trinchera en trance de ser tomada. La cosa montaba algo parecido a un periscopio encima de la caseta que soportaban aquellas patas.

Pero aquella distracción duró poco,estaba  solo frente a un monstruo cada vez más cercano, disparo.

Al rato, los cañones hicieron fuego dando fin a aquella escena dantesca.

3-  El general Richter reacciona ante la batalla.

La partida entre Rogers y Richter estaba casi llegando a su fin, el general alemán había perdido la iniciativa casi desde el comienzo de la lucha, y se había dedicado a defender una posición que lentamente se caía a pedazos, haciéndole desear que Rogers le diera jaque mate para que el juego acabase. Al general le daba grima contemplar aquella posición con sus piezas dispersas a través del tablero, sin que su mente fuera capaz de encontrar una conexión entre ellas. Claro que podía abandonar, pero no quería hacerlo, su orgullo se lo impedía a pesar de que no era un jugador profesional ni por asomo.

El teléfono sonó sacando de su abstracción a mister Rogers, su mano se olvidó de coger la pieza que iba a mover y se ocupó de coger el auricular para contestar la llamada. Richter lo miró, y mentalmente dio las gracias de que esto hubiese sucedido, pues  sin duda Rogers tomaría nota de lo que estaban diciendo, y se desentenderia totalmente de la partida de ajedrez.

Su pronóstico resultó acertado y efectivamente Herr Rogers rompió el silencio en el que se habían sumergido a causa de la partida, para anunciarle que la película había llegado a pesar de todas las vicisitudes que le habían sucedido.  Unos aviones ingleses localizaron el camión que transportaba el filme, y decidieron atacar con sus ametralladoras, pero la defensa antiaérea del vehículo consiguió repeler el ataque, y el filme llegó a salvo a su destino.

Rogers dispuso que la sala se preparara para la proyección, mandó traer una máquina proyectora, despojo de cuadros y enseres una de las paredes, y ordenó que se apagase la luz. Richter aprovechó el tiempo para acomodar las piezas en sus lugares de origen; dando por finalizada, de manera subrepticia, el juego que lo enfrentaba con Rogers, y para ello tenía un pretexto inmejorable: tenía que concentrar su atención en la película.

Un rayo de luz emanó súbitamente de la máquina derramando imágenes sobre aquel improvisado ecran, y el general Richter contempló la desesperada batalla que habían librado aquellos ingleses contra los monstruos que Rogers había creado. El tamaño descomunal de los mismos, su empleo desmedido de la espada y del lanzallamas contra aquellos hombres diminutos y asustados que permanecían en la trinchera hermanados por el miedo a los monstruos y a los malditos boches que les habían mentido. Sintió el miedo de esos hombres ante la formidable crueldad desplegada por los monstruos, aparte de la repulsión natural que le generaba su aspecto tan inhumano. De él dependía que esas criaturas participaran en la próxima ofensiva que se preparaba para conquistar Cornualles.

Cuando la proyección terminó, Herr Rogers ordenó encender las luces y le preguntó al general su opinión sobre el asalto que acababa de espectar. Aquella pregunta sacó al militar de su abstracción, y lo trajo de vuelta al mundo real, era el momento de decidir si había valido la pena todo el esfuerzo invertido en crear los monstruos y hacerlos entrar en acción, todo de la impresión que le hubiera dejado aquella proyección.

—Los monstruos son muy efectivos. Escribiré un informe favorable al Estado Mayor sobre su desempeño en batalla—dijo el general Richter mirando a mister Rogers a la cara como para que no tuviera dudas sobre lo que acababa de decir.

Chiclayo, 5 de marzo de 2021.










Bristol en la Batalla de Chulmleigh.

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