sábado, 19 de diciembre de 2020

Los golems mecánicos, la torre de asedio y la cosa tentacular.

 

1- Stefan Smigly se impone una tarea.

Stefan Smigly había sido escéptico la mayor parte de su vida, escéptico en cuanto a la existencia de un mundo sobrenatural poblado con su propia flora y fauna como la Tierra que todos conocemos, pero la presencia de aquella monstruosa criatura chupasangre le había convencido que la existencia de esas quimeras era posible. Es más, había visto una con sus propios ojos, y la sola presencia de esa cosa era prueba suficiente que había logrado hacer el periplo interdimensional de alguna manera, si es que no había nacido aquí mismo, como fruto de las manipulaciones genéticas de algún sabio loco empeñado en competir con Dios.

Sin embargo, todo lo anterior era una especulación ociosa que se esfumaba cuando surgía la faceta pragmática del gerifalte polaco: esa cosa había tomado la vida de muchos de sus hombres, por ende, era un enemigo a vencer, y tenía que pensar en un modo de hacerlo. Su mente despierta y acuciosa no tardó en hallar un modo para luchar contra la cosa venida de quien sabe dónde y razonó que el enorme tamaño del ser le haría buscar alguna zona lo suficientemente boscosa para ocultar su colosal figura de la curiosidad de los masurianos, pero bastaría invertir unas cuantas monedas doradas para conseguir información precisa sobre la ubicación del objetivo, una vez hecho esto se procedería a narcotizar antes de volarlo en mil pedazos con las minas que su equipo de zapadores colocarían debajo de la criatura dormida. Aquel plan se perfilaba como perfecto, y Smigly se estremeció de placer cuando se le ocurrió, incluso llegó a creer, por un instante, que las cosas le habían salido a pedir de boca con solo pensarlas.

Nada más lejos de la realidad, tendría que acopiar recursos y optimizar esfuerzos para alcanzar esa meta soñada en medio de la tranquilidad que imperaba en su puesto de mando, ahí en el vagón principal de su reino sobre rieles.

Por todo eso, ambas tareas se presentaban bastante arduas, y se presentaban como verdaderos retos para la logística que normalmente desplegaba la banda paramilitar que tripulaba aquel tren blindado, pero tampoco era cosa imposible de lograr. Todo podría solucionarse con el dinero que le enviarían sus misteriosos patrocinadores transatlánticos, era cuestión de escribir una carta, informar sobre la situación con cierto realismo para parecer coherente, y recibiría en su cuenta  los recursos que se precisaban para ejecutar la operación en contra de aquella quimera maldita. El dinero serviria para contratar más hombres, comprar explosivos en el mercado negro,y fabricar un par de gigantes mecánicos a una fábrica de armas de Bohemia.

Por supuesto, sus amos trasatlánticos nunca sabrían nada sobre el monstruoso animal que había herido el orgullo de esos patriotas, es más Smigly había prohibido celosamente a sus allegados que filtraran información sobre la misma. Nadie creería en su existencia si es que no lo hubiera visto con sus propios ojos, como lo habían hecho aquellos desdichados mercenarios, en cuyas mentes retumbaban los extraños jadeos que emitía la criatura mientras se alimentaba de la sangre que corría por las venas de su víctima, y ésta clamaba a voz en cuello, y se retorcía de dolor sostenida por aquel vigoroso tentáculo inmisericorde que cuando terminaba de alimentarse, arrojaba un cuerpo sin vida al suelo, para ir en pos de otro.

Era difícil huir de esa cosa, por más que el sentido común aconsejara escapar, la quimera parecía disponer de alguna clase de influjo telepático capaz de crear un estado de estupefacción en sus potenciales víctimas, pero lo peor no era precisamente eso (pues los directamente afectados ya estaban muertos) sino aquellos que se habían sobrevivido sólo para caer en un estado de melancolía y depresión que, en cierto modo, los incapacitan para la guerra que se estaba librando en las frontera occidental de Polonia.

 Por tal motivo, se le ocurrió mandar construir gigantes mecánicos para proteger a sus soldados de los poderes desencadenados de aquella aberración teratológica, a la cual se había impuesto la misión de borrar de la faz de la tierra. Aquellos gigantes, los zapadores y las minas subterráneas se bastarían para vaporizar a la quimera, y tal vez al demente que la controlaba. Aquella era la intención y el pleno deseo del gerifalte polaco.

2- Montague Sommers recibe una carta.

El padre Sommers era un ávido investigador del mundo sobrenatural, y tenía agentes repartidos a lo largo y ancho de Europa, los cuales eran  remunerados por el clérigo a cambio de que lo mantuvieran al tanto de cualquier suceso curioso que estuviese dentro de aquel campo de interés. La remuneración iba en función a la calidad del informe remitido, una calidad que obviamente solo el propio Summers estaba en condiciones de juzgar.

Por tal motivo, le resultó interesante el suceso que narraba esa carta enviada desde Gumbinen, allá en la Prusia Oriental; en la misiva se le comunicaba la repentina aparición de una criatura pesada y colosal que tenía hábitos alimenticios bastante parecidos a los de un vampiro. El remitente era Tadeusz Lubienski, un patriota polaco cuya necesidad de dinero le había hecho sentar plaza como soldado en la hueste del gerifalte Stefan Smigly, de forma milagrosa Lubienski había sobrevivido a la carnicería perpetrada por la maldita bestia entre sus compañeros.

Como era de esperar, antes de remitir el pago, el padre Sommers solicitó pruebas fehacientes de lo consignado en la misiva, y Lubienski le envió nada más y nada menos que un rollo de película sustraído de la filmoteca particular de Stefan Smigly, el gerifalte del tren blindado.

Sommers vio la película sumamente emocionado, había escrito tantas cosas sobre los vampiros y demás cosas sobrenaturales, pero siempre basándose en antiguos documentos conservados en archivos, era la primera vez que tenía una prueba fehaciente de la existencia de una criatura sobrenatural con una manifiesta afinidad con el modus operandi de los vampiros, aunque le chirriaba bastante el carácter colosal de la criatura, y la presencia de tentáculos, pero no era cuestión de devanarse los sesos intentando vislumbrar el origen de la criatura. Lo que importaba, era que, en esta ocasión, pues iba a ser partícipe de una aventura que tendría el honor de narrar él mismo para su próximo libro.

Ya vería el modo para conseguir viajar hacia esa zona, ahora estremecida por los movimientos de las tropas rusas y alemanas. El Gran Duque Nicolás, el comandante supremo de las tropas zaristas había prometido a su soberano que el paso del “rodillo ruso” a través de los bosques y lagos de la región sería rápido, pues aquella comarca sería tan solo una escala en el camino hacia Berlín. Ahora su mente estaba abocada en la búsqueda de una estrategia que le permitiera acercarse a esa criatura tan peligrosa como interesante.

Se le ocurrió que sería necesario premunirse de una especie de torre de asedio blindada para poder acercarse a su objetivo. No sabía si la idea resultaría practicable o no, pero estaba dispuesto a probarla él mismo sobre el campo. Claro estaba que tendría que equiparla con alguna clase de arma y capacidad de movimiento, un asunto de diseño del cual se ocuparían los ingenieros que trabajaban en las fábricas de armas de Bohemia, y podía permitirse el dispendio de pagar un prototipo de su propio peculio.

 Las ventas de su anterior libro sobre ocultismo habían ido bastante bien, y su editor había puesto en el mercado una segunda edición; quizá sería una buena idea aprovechar el momento para viajar a Alemania y negociar directamente la traducción de su obra con algún editor alemán, todo eso mientras Inglaterra todavía era neutral, y no metía en problemas a sus propios súbditos en los países del continente, los cuales empezaban a movilizarse para la guerra que ya estaba en curso. O mejor aún ofrecer sus servicios como corresponsal de guerra a alguna gaceta alemana, de ese modo podría tener acceso directo al campo, y por ende a la terrible bestia gigante.

3- Wilhelm Stiglitz secuestra al general Samsonov.

Herr Stiglitz no estaba a favor de ningún bando, ni los prusianos ni los rusos despertaban simpatía alguna en su corazón mercenario, pero no podía pasar el tiempo sin hacer nada. Era el amo de una bestia formidable, y se le ocurrió que si demostraba un poco más todo el daño que podía hacer bien podría llamar la atención de algún potentado que pudiese financiarle la construcción de un nuevo airship que sería completamente suyo, sin que tener que sufrir la autoridad del tiránico George Summerscale, a quien le deseaba una prolongada estancia en el peor de los infiernos.

Pese a encontrarse relativamente aislado en un bosque masuriano, Stiglitz permanecía al tanto de las noticias bélicas, y sabía que los rusos habían lanzado una potente ofensiva que los había hecho ocupar la ciudad prusiana de Allenstein, pero los ejércitos del Kaiser habían emprendido la contraofensiva, y estaban movilizando a sus ejércitos empleando los ferrocarriles para compensar su inferioridad numérica con la rapidez de su despliegue. Más hacia el sur, el Segundo Ejército Ruso al mando del general Samsonov se interna en Masuria con el propósito de apoyar el avance de las tropas que han tomado Allenstein, sin embargo, el general zarista se desplaza prácticamente a viva voz, sin tener al menos la precaución de encriptar adecuadamente sus comunicaciones, por ende, los alemanes se enteran de sus planes inmediatos, y Stiglitz también; pues el aprendiz de gerifalte tenía interceptada la red alemana.

Stiglitz no pensaba hacer un favor a nadie, su plan era ponerse en medio y lograr un beneficio por su inesperada interferencia. Y para ponerse en medio, se le ocurrió que lo mejor sería secuestrar al generalísimos ruso y alemán, de ese modo conseguiría desconcertar a ambos bandos dejando a miles de soldados sin dirección alguna, lo cual podría significar someter a la región a un caos más terrible que el derivado de una simple batalla campal. 

Ahora bien, considerando las cosas desde el punto de vista geográfico era mucho más sencillo, para Stiglitz, echarle mano al mandamás ruso que al alemán. La bestia que seguía sus órdenes era demasiado grande para ejecutar esta misión, así que lo mejor sería enviar un fragmento de aquella cosa   al cuartel general de Samsonov. Por tal motivo, Stiglitz toco con fuerza un pequeño tambor haitiano que siempre traía consigo, desde sus tiempos pasados en el Caribe. El objeto fabricado en el trópico tenía la propiedad de conseguir la separación parcial de aquella masa colosal por un lapso de tiempo determinado por el propietario del mismo.

La porción enviada cumplió su cometido a la perfección: asustó a los caballos, mató a los cosacos que osaron enfrentarla, y no cedió a la tentación de chuparles la sangre porque la misión no admitía retrasos, ni exceso alguno, solo tenía que capturar al general y llevarlo sano y salvo hasta el refugio boscoso donde Stiglitz pensaba como apoderarse de la persona de Paul von Hindenburg, el general que el Kaiser había enviado a Prusia Oriental con el propósito de frenar la invasión de las hordas eslavas.

Stiglitz acogió con cierta alegría la llegada del general ruso a su improvisado refugio, pues el eslavo significaría una compañía un poco más interesante que sus propias elucubraciones.

4- La torre de asedio de Sommers se encamina a enfrentar a la Cosa Tentacular.

Sin quererlo realmente, Sommers terminó convirtiéndose en un gerifalte más como aquellos que hacían la guerra al mejor postor. Era el amo de aquella torre alta y portentosa, dividida en cuatro pisos que albergaban potentes piezas de artillería de grueso calibre, hechas en Bohemia, y múltiples ametralladoras Maxim que completaban aquel majestuoso complejo artillero que no se veía desde los tiempos de los imponentes navíos de línea que habían luchado en Trafalgar y Navarino. La torre se movía mediante una maquina de vapor, y prueba de ello era la delgada chimenea tubular que coronaba la estructura semoviente.

Era una sensación diferente, estaba al mando de la vida y de los destinos de los hombres que tripulaban la torre, no era lo mismo que investigar textos escritos por otros, para recopilarlos con el fin de que apoyaran las ideas que en ese momento tenía en la mente. No, lo que estaba haciendo era una aventura, algo que podría contar en su libro no como un hecho más, sino como el tema principal del mismo.

Ahora estaba en busca de la cosa, los informes indicaban que se ocultaba en alguna parte del frondoso bosque masuriano. Los aldeanos denunciaban la perdida de sus animales, y de sus perros guardianes, y se sentían desprotegidos ante la amenaza que representaba para sus bienes la presencia de aquella cosa rara suelta por ahí.

La torre de asedio se desplazaba lentamente a través de la llanura masuriana, con los cañones listos para descargar sus proyectiles sobre la Cosa Maldita, pues a estas alturas a Sommers le interesaba más convertirse en un héroe para el pueblo polaco, que en conseguir material para sus libros. Sin duda, el espíritu de Marte, el dios de la guerra se había apoderado de su persona.

 5- Los gigantes mecánicos de Smigly no encuentran a su objetivo.

Antes de lanzar a sus grandes y costosos golems contra la Cosa Tentacular, Smigly había previsto que un equipo de zapadores sembrara minas debajo de la monstruosidad que tantas bajas le había causado a la tripulación de su tren blindado. Se trataba de apostar sobre seguro, y no perder hombres en el intento. El gerifalte era consciente de que si perdía demasiados hombres no podría reclutar suficientes reemplazos para completar su tripulación diezmada porque en cualquier caso la vida era más valiosa que todo el dinero que su pudiera acopiar mientras durase la existencia. El túnel se cavo recurriendo a personal reclutado entre los mineros que trabajaban en la extracción de la ozoquerita allá en las minas de Galitzia, el plan preveía que cuando la mina hiciera explosión, unos grandes cañones, situados convenientemente cerca del objetivo, abrieran un potente fuego de cobertura mientras los golems iniciasen su maniobra de aproximación para rematar a la bestia herida.

Una vez concluida la galería, esta se llenó de explosivos, y aunque muchas medidas para atenuar el ruido que hacían los zapadores mientras trabajaban, no se podía asegurar a ciencia cierta que el objetivo a destruir no hubiese advertido que se estaban concertando esfuerzos para destruirla. En su fuero interno, Smigly rogaba que la mina despedazara no solo a la criatura, sino también al malhadado Stiglitz, maldita fuera su estampa.

Las cosas marcharon a pedir de boca, desde el punto de vista de Smigly, hasta que la explosión se produjo, y la tierra tembló durante un rato. Cientos de árboles fueron arrancados de cuajo del suelo al cual estaban aferrados, y un espeso hongo de humo cubrió la escena durante un momento, sembrando la esperanza en el corazón del gerifalte polaco de que la ciencia hubiera triunfado sobre la superstición.

Sin embargo, por causas desconocidas la artillería no abrió fuego, y los golems entraron en acción, librados a sus propias fuerzas como los jinetes que ejecutaban las antiguas cargas de caballería, solo que esta vez Smigly no enviaba húsares con la espada desenvainada, sino una especie de “caballeros mecánicos” armados con ametralladoras y grandes estoques dispuestos en ambos brazos para cuando fuese necesarios un contacto más cercano con la carne de la bestia.

El avance se hizo a través del humo generado por la explosión, lo cual dificultaba a los pilotos el campo de visión necesario para comenzar a disparar, pero cuando la visibilidad se hizo posible no vieron nada en medio del tremendo cráter que se había formado ahí donde había estallado la mina. Por un momento, los tripulantes de los golems creyeron que la potencia de la explosión había bastado para vaporizar a la bestia.

Sin embargo, cuando bajaron a inspeccionar el terreno no hallaron el menor vestigio orgánico ahí donde había ocurrido la explosión., más bien se dieron cuenta de que no estaban solos, y que una torre semoviente parecía vigilarlos desde la otra orilla del cráter, con cuatro hileras de bocas de fuego apuntando contra ellos como la artillería de un viejo navío de vela.

¿Acaso tendrían que enfrentarse contra un nuevo gerifalte contratado por quien sabe que amo?

Los pilotos volvieron a sus máquinas dispuestos a enfrentar el combate que se avecinaba.

domingo, 15 de noviembre de 2020

El tren blindado, los náufragos del aire y la cosa tentacular.

 




1- El triunfo de Smigly.

Stefan Smigly se encontraba exultante, la inmensa alegría que invadía su ser no se disipaba todavía  pues el hecho que la provocaba se encontraba muy fresco en su mente; y no era menos pues la artillería antiaérea montada en los vagones de su tren blindado acababa de hacer pedazos a una de esas  grandes y extravagantes máquinas más pesadas que el aire,  repletas de barquillas externas y  motores fuera de borda  que pretendían sobrevolar impunemente los cielos polacos como enormes monstruos ansiosos de descargar sus  bombas sobre los pueblos y aldeas de esta   mortificada tierra que era escenario de una guerra salvaje que recién se había iniciado.

 La aeronave había reventado como una maldita piñata casi encima del tren blindado cuyos proyectiles habían contribuido a destruirlo en un santiamén, y del interior de aquella ruina brotaron un montón de cuerpos y fragmentos de metal que cayeron sobre los artilleros que iban en los vagones traseros como las terribles flechettes que los franceses habían inventado para diezmar a las tropas de tierra desde el aire, sin embargo la reacción de los mismos ante esa inesperada lluvia de esquirlas fue tan rápida como eficaz, pues se agacharon para ponerse a cubierto detrás del ancho  escudo blindado que protegía la pieza a la que servían, mientras las ametralladoras principiaron a disparar contra unos hombres que habían saltado al vacío sostenidos por unos curiosos hongos de tela que ralentizaban su caída, convirtiéndolos en unos blancos realmente perfectos para las cuatro ametralladoras Maxim, dispuestas en afuste antiaéreo también instaladas en el vagón.


Era todo un acto de justicia ametrallar a los tripulantes de la aeronave que se había tenido la osadía de enfrentarse a ellos, e intentado destruirles mediante ese demencial e infructuoso ataque suicida; y para más inri de aquellos desdichados, podían ser considerados como los verdaderos autores de tamaña atrocidad. La nave simplemente obedecía la voluntad del hombre que mandaba sobre todos los demás, y la vesanía de aquella decisión recaía sobre cada uno de los subordinados que venciendo su miedo a morir habían llevado a la práctica algo que nadie en su sano juicio haría. 

Precisamente por eso, aquellos náufragos del aire merecían la muerte más ignominiosa que podía recibir un soldado,y el mejor modo de llevar a cabo esa sentencia era matarlos ahí en pleno espacio, colgando de su paracaídas, completamente indefensos, y a merced de  la miríada de proyectiles que brotaban de los cañones de las Maxim.

Stefan Smigly pensaba todo eso, y mucho más cuando algunos de los paracaídas resultaba acribillado por la precisión de sus tiradores, pero como bien se sabe todo lo que empieza tiene que acabar, y llegó el momento en el cual no quedó ningún paracaidista a la vista de los artilleros de su victorioso tren blindado, pero no era cuestión de acabar con el festín de muerte que las ametralladoras habían empezado.

Si bien el cielo había dejado de proveer cuerpos a los cuales abatir, la tierra estaba repleta de ellos, y era posible que algunos  todavía estuvieran vivos, y eso daba pábulo a que las armas blancas de los secuaces de Smigly tuvieran algo que hacer para desgracia de los sobrevivientes, si es que alguno lo había logrado resistir las balas y el impacto contra la tierra.

Por tal motivo ordenó que un pelotón descendiera ordenadamente del tren, con la bayoneta ya calada en sus fusiles Mosin Nagant, y con la mirada atenta a lo que pudiera suceder en aquel prado encajonado entre colinas, un paisaje habitual en esta comarca nombrada Masuria.

El mismo Smigly quería participar de la matanza, y abordó su automóvil blindado para acompañar la marcha del pelotón sobre el campo de batalla, pues le agradaba seguir el devenir de los acontecimientos directamente, y el camarógrafo que también iba a bordo tenía la misión de empezar a filmar la hecatombe cuando las bayonetas empezaran a hundirse en los vientres de aquellos desgraciados que habían caído del cielo.

Los esbirros de Smigly tenían los fusiles cargados, pero la idea que usaran las bayonetas para rematar a los paracaidistas moribundos, y que solo abrieran fuego si detectaban la presencia de algo raro, pero no era cuestión de asustarse, nada insólito podría ocurrir, todo estaba bajo control. No en vano acababan de borrar del cielo una de las aeronaves mercenarias más poderosas que se habían inmiscuido en el conflicto germano ruso. Smigly estaba en contra de cualquier imperialismo, ya viniera del este o del oeste, pero en este momento, lo único  que perseguía era tener un registro fidedigno del completo aniquilamiento de aquella nave mercenaria que tanto daño había hecho entre patriotas que luchaban por la restauración de Polonia como nación. soberana.


2. Wilhelm Stiglitz abre los ojos de nuevo.

Stilglitz estaba herido, pero la fortuna y la mala puntería de los artilleros del tren blindado se habían conjugado para evitar su muerte. Ahora estaba tendido sobre aquel prado verde masuriano, con el paracaídas todavía unido a él, como la luenga capa de un caballero cruzado, la cual cubría bajo su albo manto las briznas de hierba que se extendía por todas partes.

Entonces alzó la cabeza y vió que unos hombres uniformados descendían de uno de los vagones del tren que había querido destruir, aquellos soldados vestían ropajes grises, y se tocaban la cabeza con una gorra con visera, adornada con una águila con las alas extendidas, el símbolo de los nacionalistas polacos, y eso solo quería decir que eran unos fanáticos a ultranza que odiaban a cualquiera que tuviera la osadía de desafiar sus románticos ideales libertarios.

Stilglitz no era un hombre que se dejará llevar por semejantes ideologías, él se consideraba servidor de un poder mucho más antiguo y trascendente que ese primitivo amor hacia una patria perdida. William había tomado contacto con un poder semejante allá en la antigua parte francesa de la isla de Santo Domingo, ahí había aprendido los rudimentos del arte de controlar las mentes y los cuerpos de los hombres, algo sin lo cual no hubiera podido ensayar el más supremo de los sacrificios. 

Ahora bien, había fallado en eso, pero todavía estaba vivo, y tenía otra oportunidad para extender el reino de la muerte sobre los campos de este planeta, pues esa era la visión de aquella portentosa criatura extraterrestre que había conquistado su pensamiento durante sus viajes entre Nueva Orleans y Cabo Haitiano, por eso la palma de su mano se aplastó una y otra vez sobre la mullida superficie de aquel prado de Masuria, como si la tierra fuera una especie de gigantesco tambor, capaz de convocar a toda la gente viva de los alrededores; sin embargo el sonido que brotaba de aquel esfuerzo podía confundirse con el sonido que hace la hierba cuando alguien la pisa; pero aún así, ese ruido sútil era suficiente para despertar a los cuerpos quietos que yacían por todas partes.

Era necesario hacerlo, era la única manera de convocar un poder inaudito pero disperso, en ese instante un olor asqueroso y nauseabundo empezó a salir de la tierra, era como si de repente una fosa común hubiera sido abierta, liberando el hedor de los restos pútridos que ahí contenía, pero eso no era todo, los cadáveres parecían haberse reanimado y reptaban lentamente a lo largo y ancho del prado, como si estuvieran buscándose mutuamente.

Eran las partes de un rompecabezas macabro que se estaba ensamblando en una cosa más grande y proterva, contra la cual no serían suficientes ni las balas de los fusiles, ni la de los cañones.

La pestilencia era tan insoportable que varios soldados de Smigly soltaron sus fusiles y se taparon la nariz para protegerse de aquel agresivo y maldito olor que lo estaba invadiendo todo,convirtiendo aquella porción de campo en una sucursal del cementerio.

 Desde la ventanilla de su automóvil blindado, Smigly advirtió el desconcierto de sus hombres, y quiso saber qué estaba pasando. Se le informó de la inesperada pestilencia que se había desatado ahí afuera, y de lo mal que lo estaban pasando esos hombres que estaban cumpliendo sus órdenes. El retraso lo enfureció, pero la cólera no haría que sus hombres resistieron mejor aquella pestilencia repentina. No quedaba más remedio que distribuir las máscaras antigás para que esos subordinados pudieran cumplir con el cometido que se les había asignado.

Stiglitz no podía creer la buena suerte que estaba teniendo, la pestilencia le estaba haciendo ganar un tiempo precioso y necesario para que la criatura que se estaba gestando sobre el prado asumiera su forma, y pudiera ejercer todo su ominoso poder sobre aquellos pobres mortales uniformados. Poco a poco, esos cuerpos en carne viva, se arrastraban como grandes gusanos, para acudir a un llamado fraterno y secreto que fundirá en una sola esos pedazos de carne, en un protervo remedo de lo obrado por el doctor Frankenstein en la ficción creada por la señorita Shelley.

Las máscaras cubrieron los rostros de los soldados, y la espantosa pestilencia que reinaba se mitigó un poco, las cosas volvían a parecer normales; excepto por aquellos rostros cubiertos de caucho, con unos grandes orificios acristalados para que los ojos, y un enorme cilindro a la altura de la boca, que hacía las veces de filtro para la máscara. El aditamento desfiguraba tremendamente los rostros de quienes lo portaban, y los hacía parecer menos humanos, casi como si fueran criaturas de otro mundo.

Stilglitz estaba eufórico, su monstruo carmesí ya estaba completo, y ansioso de empezar su tarea, solo tenía que esperar que la bayoneta de cualquiera de esos hombres se hundiera en el vientre de unos de los pocos cadáveres que no habían servido de materia prima para la conformación de la criatura. Cuando eso sucediera, su monstruo entraría en acción.

Smigly, descendió de su automóvil, vio el cuerpo tendido de un paracaidista, y decidió que sería el objetivo perfecto para principiar la masacre, y le ordenó a su camarógrafo que se pusiera en posición para que filmara lo que iba a venir, pero lo que sucedió no fue exactamente lo que el caudillo polaco había previsto.

Algo rojo y tremendo pareció surgir de la verde quietud de aquel prado, tenía la forma y el aspecto de un gigantesco tentáculo, en cuya superficie podía apreciarse cientos de ventosas que se contraen una y otra vez. como grandes bocas hambrientas que precisaban alimento, y el alimento estaba muy cerca, encarnado por aquel soldado enmascarado que se estaba agachando para ensartar su bayoneta en el vientre del infeliz paracaidista elegido como víctima.

Sin embargo, eso no llegó a suceder, y en vez de ello la cámara registró otra cosa peor aún: el tentáculo se enroscó en torno al soldado, y lo izó hacia el cielo como si fuera una especie de proyectil a punto de ser lanzado por una poderosa catapulta, pero en vez de hacer eso, el tentáculo liberó una sustancia anestesiante en el torrente sanguíneo, antes de empezar a chuparle la sangre hasta dejarlo totalmente seco, convertido en un despojo arrugado que guardaba mucha semejanza con alguien envejecido de golpe.

 El camarógrafo tembló de miedo y arrojó la cámara, temiendo ser la próxima presa de ese monstruo cuasi clandestino cuya presencia empezaba a hacerse evidente, Smigly se dió cuenta del peligro que corría, y le ordenó al conductor del automóvil blindado que arrancara y se alejara de aquel maldito lugar lo más rápido que pudiera.  El gerifalte polaco tenía el miedo impreso en su corazón, y no estaba tan seguro de conseguir escapar hacia la aparente seguridad que le brindaba su tren blindado, pero en realidad no tenía nada que temer pues Stiglitz quería que huyera y esparciera por donde fuera el horror hacia la recién nacida cosa tentacular.

Y aquella muerte se repitió en muchas partes a la vez, y varios tentáculos surgieron por aquí y por allá, como los troncos de un bosque siniestro que brotaba al conjuro del redivivo Herr Wilhelm Stiglitz.





jueves, 15 de octubre de 2020

EL ENTUSIASMO DEL KAISER

 

1-El Kaiser desempolva un viejo plan de invasión.

 Cuando, muy a su pesar, el canciller Bethmann Hollweg le anuncio al Kaiser la noticia del exitoso bombardeo que el escuadrón de dirigibles comandado por Stiglitz había ejecutado sobre Londres partiendo desde una base británica, desató el entusiasmo del Kaiser sobre el afortunado curso que estaban tomando los acontecimientos bélicos para las armas del Reich.

Se lo dije, Herr Canciller, la iniciativa de este coronel es realmente dinámica. No tiene miedo a nada. Lo haré general, se lo merece. Con gente como él conseguiremos la victoria. Una victoria más grande que la que mi abuelo consiguió sobre el fantoche de Napoleón III.

— Ahora que podemos amenazar su capital en cualquier momento es el momento de negociar con los ingleses—dijo el canciller— Necesitamos hacer la paz con ellos, para concentrarnos en acabar con la voluntad de lucha de los rusos.

 El emperador no dijo nada, su mente estaba evaluando la situación bajo la luz de los nuevos hechos: las bombas alemanas habían sembrado el terror y la destrucción en el mismo corazón del Imperio Británico. Y se estaban dando grandes pasos para edificar la hegemonía germana en Europa. Los grandes triplanos de bombardeo del Kaiser habían destruido San Petersburgo con sus terribles bombas calientes, en consecuencia, la resistencia rusa se había derrumbado en Polonia, y ahora luchaban para detener el avance alemán a través de Livonia, pues el nuevo zar se había negado a capitular a pesar que el sentido común aconsejaba hacerlo.

 Mientras tanto en occidente, el Raid de Stiglitz había conseguido someter el extremo oeste de la Gran Bretaña, y ahora los ingleses tenían el problema de combatir al enemigo en casa impidiéndoles reaccionar en el continente. Por el momento Francia se mantenía a la expectativa, pero eso no quería decir que hubiese olvidado la afrenta de 1870, y no ansiase arrojarse a la lucha que recién acababa de iniciarse. Es más, la diplomacia británica se estaba moviendo para conseguir que los franceses dejaran su pasividad y aliviaran la presión alemana sobre Inglaterra creando un nuevo frente, pero hasta el momento no había sucedido nada, y el Kaiser deseaba que las cosas siguieran así pues ansiaba consagrar los recursos militares del Reich en una empresa realmente ambiciosa que, en caso de lograrse, labraría el dominio de Alemania sobre todo el orbe. Si las cosas salían bien, era posible que los franceses no se atreviesen a luchar contra el Reich.

En conclusión, lo que pedía el canciller no tenía sentido para el emperador. Inglaterra y Rusia pronto se rendirían incondicionalmente sin necesidad de acuerdos diplomáticos, era cuestión de ir más allá, como lo habían hecho los españoles cuando la mayor parte de Europa se creía la leyenda de un mar tenebroso poblado de grandes monstruos que devoraban los barcos.

—No es momento para la paz Theobald—dijo el Kaiser, con una voz mesurada y amigable. Estamos ganando y debemos aprovechar esta racha. Hace poco visité el archivo del Ministerio de Marina, y encontré varias copias de un plan para atacar la costa oeste de los Estados Unidos. Tarde o temprano, los estadounidenses pueden involucrarse en nuestra guerra, por lo tanto, creo que vale la pena desempolvar ese plan para lanzar un ataque preventivo contra la costa este de aquel país y sacarlos del tablero antes de que sean más peligrosos.

— Recuerdo vagamente ese plan, creo que el ministro Tirpitz asesoró al teniente Von Mantey en su elaboración, pero finalmente no se llevó a cabo debido a la falta de una base desde la cual aprovisionar a nuestros barcos, en todos los efectos—dijo el canciller

—Todo eso es cierto, pero se me ha ocurrido una manera de solucionar ese pequeño problema de la manera más satisfactoria para nuestros intereses—dijo el emperador haciendo una pausa dramática como para incitar al canciller a preguntar cuál era la solución.

El ministro aristócrata entendió el juego de su soberano, e hizo la pregunta que el entusiasmo del káiser esperaba que le hiciesen.

—¿Podría su majestad compartir sus pensamientos conmigo? —inquirió el canciller, a sabiendas que el Hohenzollern sería incapaz de contener el alud de palabras que se avecinaba.

—Afortunamente tenemos un fuerte peón pasado en el Caribe— después de un breve silencio, el canciller entendió la alusión ajedrecística, y el Kaiser prosiguió— los españoles todavía son dueños de Cuba, y esa isla no está demasiado lejos de la costa este de los Estados Unidos. Necesitamos un buen puerto en la costa norte de la isla, y he pensado en el puerto de Matanzas como la base desde la cual se lanzará la posterior invasión de la costa este de los Estados Unidos. En 1898 se logró capear una situación muy crítica por aquello del hundimiento del «Maine», gracias a que España desplazó algunos de sus nuevos submarinos hacia el Caribe, eso basto para disuadir a esos yanquis. Le he telegrafiado a Van Stohrer, nuestro hombre en Madrid, para que haga ver las ventajas de nuestra alianza al ministro Dato, presidente del gobierno español en funciones.

 —Vuestra idea es luminosa, pero necesitamos un puerto europeo atlántico para concentrar los barcos que partirán hacia Cuba, si es que los españoles consienten en aceptar el arreglo que Su Majestad propone.

—Claro que aceptaran, es la mejor manera que tienen para neutralizar de una vez y para siempre la voracidad de esos yanquis sobre aquellas islas—dijo el Kaiser un tanto molesto por la duda manifestada en la voz del canciller— No lo dudes, Theobald; en cuanto a lo de ese puerto también tengo la solución.

—El ingenio de vuestra Majestad es muy grande—comentó el canciller a sabiendas de que estaba adulando la vanidad de su soberano.

—El coronel Stiglitz ha demostrado mucha capacidad durante toda la campaña que están llevando nuestras armas en la parte oriental de Inglaterra, creo que ha llegado el momento de que demuestre su competencia militar en el extremo sudoeste de la isla enemiga.

—¡La península de Cornualles! —dijo el canciller con un aire jubiloso como si hubiera adivinado alguna clase de acertijo particularmente difícil.

—¡Has acertado de pleno Theobald!, la misión del general Stiglitz será conquistar un buen puerto en aquella península. Tendrá todo el apoyo que requiera de nuestro aparato militar y científico. Desde ahí partirá el Ejército de los Cien Mil, y será el principio del fin de las pretensiones imperialistas de esos yanquis advenedizos. —sentencio el emperador dando un puñetazo sobre la mesa, haciéndola estremecer junto con todos los objetos que estaban encima.

El canciller ya no dijo nada, y tan sólo se aboco a poner de pie aquello que había sido derribado, pero en su interior pensaba que el verdadero enemigo de Alemania no era realmente ninguno de los países cuyos ejércitos estaban enfrentando a las tropas imperiales, sino ese entusiasmo irreflexivo y caótico que inducia al Kaiser a ordenar el inicio de nuevas operaciones que solo servirían para incrementar mucho más la hoguera bélica que estaba incendiando Europa, y que ahora amenazaba cruzar el océano y extenderse hacia América.

2-El rey Alfonso decide entre la paz y la guerra.

A pesar de que España no era beligerante, la prensa seguía los sucesos bélicos en el sur de Inglaterra con mucho interés pues el uso de máquinas y monstruos en los combates proporcionaba trabajo a la imaginación de los dibujantes, y portadas vistosas a los periódicos y semanarios. Era casi como estar espectando una especie de largometraje infinito producido por la realidad, una realidad dura y difícil para los que estaban viviendo directamente, y por eso mismo capaz de generar empatía a la distancia a los lectores que pagaban su peseta por leer un reportaje bien ilustrado.


Sin embargo, para Eduardo Dato, presidente del gobierno de su majestad Don Alfonso, la guerra había dejado de ser un tema periodístico para convertirse en una realidad en ciernes, pues la propuesta alemana comprometía a España en el conflicto, aunque esta acción no pareciese dirigida contra Inglaterra sino contra los Estados Unidos, por tal motivo el ministro se había trasladado al Palacio de Miramar, en el balneario de San Sebastián allá en las Vascongadas, con el fin de buscar el  favor de la Reina María Cristina, la cual como regente había conseguido evitar la guerra contra los estadounidenses en 1898.

—Recomiendo la máxima prudencia ante esta propuesta de la diplomacia alemana. A nosotros no nos conviene alterar el equilibrio en esa zona del mundo, de ello depende mantener nuestra posesión de esas islas tan preciadas para la nación española. Los alemanes en cambio quieren trastocarlo todo y ajustarle las cuentas a todo el mundo, por eso se están enfrascando en una lucha contra todas las potencias que pueden hacerle sombra. España debe negarse a prestar asistencia a los planes del Kaiser. No ganaremos nada, solo unos cuantos miles de muertos y muchas familias acongojadas por esa mala decisión—dijo el ministro Dato en tono preocupado.

La reina escuchó pacientemente al ministro, y comprendió su preocupación por el destino que podía esperarle al país, en caso de secundar la aventura del Kaiser, y de que las cosas no salieran a pedir de boca, los estadounidenses podrían montar un contrataque y en este caso no solo Cuba y Puerto Rico estarían en peligro, sino las mismas islas Canarias se verían afectadas por los azares de la marejada bélica; y en esta ocasión era posible que los sumergibles autorizados por el ministro Pezuela, y diseñados por el visionario teniente Peral no bastasen para contener a la armada yanqui.

—Señor ministro, estoy con usted, yo poco entiendo de guerras y las detesto con toda mi alma, intentaré influir en mi hijo para que no tome una decisión precipitada en aras de la guerra. Hablaré con mi nuera, es inglesa y tiene entre ceja y ceja a ese malhadado Kaiser.

De repente, el propio rey Alfonso de Borbón hizo acto de presencia, en sus manos llevaba uno de esos semanarios ilustrados que daban cuenta del desarrollo de la guerra entre alemanes e ingleses con una profusión de imágenes que llenaba la cabeza de los lectores de imágenes terriblemente morbosas y gráficas que también habían impresionado la imaginación del mismo rey, el cual parecía haber encontrado un nuevo interés aparte de la pornografía.

—Esta maquina que marcha sobre orugas y dispara como una especie de cañón volante es la cosa más horrorosa que he visto en mi vida. Es un verdadero monstruo metálico, sin duda los ingenieros que trabajan para Lord Churchill no tienen mucho sentido de la estética. —dijo el rey antes de sentarse a la mesa donde a iban servir la cena.

—La fealdad de esas máquinas no se compara con los horrores biológicos que ese tal Peter Stiglitz está usando en las batallas, las he visto dibujadas. Son auténticas quimeras, estarían mucho mejor encerradas en una jaula y exhibidas ante el público que matando gente. Hacer eso viola las leyes de la guerra—dijo la reina María Cristina.

—Creo que, desde los tiempos de la antigüedad, no se usaban bestias en los campos de batalla europeos—comento el presidente del gobierno—personalmente creo que es condenable que se permita a esos animales participar en la lucha, y comerse a los soldados muertos en acción.

La mención a este acto de canibalismo hizo que la reina se levantara aparatosamente de su asiento, y saliera corriendo del comedor casi como si hubiera visto el fantasma de su difunto marido, el casquivano Alfonso, hijo de la reina Isabel, presentándose a cenar como cuando estaba vivo.

—Su desafortunado comentario ha conseguido espantar a mi impresionable madre—dijo el rey riéndose— La guerra es terrible, y este alemán Stiglitz ha decidido hacerla terrorífica. Ahora bien, creo que es momento de que me diga la razón de su visita a mi madre.

—El Kaiser quiere nuestro apoyo para atacar a los Estados Unidos, en concreto quiere una base en Cuba, y la colaboración de nuestra armada para neutralizar a los yanquis antes de que ellos invadan la Nueva Inglaterra.

—Pide bastante. Si le damos lo que pide aliviaremos mucho sus problemas logísticos ¿Qué ofrece a cambio?

—Tendremos manos libres en Marruecos, el Kaiser prefiere nuestra influencia a la francesa en el todo el territorio.

—Suena bien eso, con el apoyo del Kaiser ya no tendremos que mendigarle nada a los gabachos ni a los ingleses. Eso sí tendríamos que enviar uno de nuestros flamantes acorazados  a Tánger para mostrar la bandera.

—¿Eso quiere decir que aceptará la propuesta alemana? —dijo el ministro Dato un tanto aterrado de que el rey tomase esa decisión, pues sabía que si se oponía el rey le quitaría su apoyo, y llamaría a un político menos timorato para formar gobierno.

—Pues si don Eduardo—dijo el rey—España lleva mucho tiempo postrada, es nuestra oportunidad para volver a tener un sitio importante en el concierto europeo. Los norteamericanos pretenden meterse en el club de las grandes potencias, y Europa no puede permitir que suceda eso, es cierto que ahora no somos una potencia de primera magnitud, pero todavía tenemos colonias, y su posición geográfica es estratégicamente importante para la política internacional.  Loa yanquis ambicionan despojarnos de nuestras posesiones caribeñas, y ahora precisamos de un aliado poderoso que pueda inspirar respeto a ese gigante hambriento. Además, me parece una ocasión magnifica para que la flotilla de destructores del capitán de navío Villamil ponga a prueba a la marina yanqui.

—¡Qué sea lo que Dios quiera! —exclamó el ministro, con aire quejumbroso.

Rubén Mesias Cornejo, 15 de setiembre de 2020.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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martes, 15 de septiembre de 2020

LA NUEVA MISION DE STIGLITZ.

 

1-Bombarderos, monstruos y planes de operaciones a la vista.

Peter Stiglitz se enteró de su ascenso a general después de que su aeronave retornase sana y salva de la misión sobre Londres. Las defensas inglesas habían reaccionado al ataque, y a pesar de que las bombas alemanas habían logrado golpear primero, también se habían sufrido bajas, y no dejaba de ser dolorosa la impotencia que se sentía cuando los dardos incendiarios de los británicos convertían en teas ardientes aquellas naves tan frágiles como grandes.

 Unos cuántos días después, el flamante general Stiglitz recibió la orden de abandonar Eastchurch para trasladarse hacia la recién conquistada isla de Wight, pues las columnas alemanas habían continuado avanzando hacia el oeste ocupando la costa comprendida entre Hastings y Portsmouth, casi al unísono la infantería de marina había desembarcado en Wight para evitar que los ingleses usaran la isla para lanzar como base para un contrataque, es más la inteligencia germana había averiguado que Lord Churchill había destinado una gruesa suma de dinero para desarrollar un arma maravillosa que podría recibir su bautismo de fuego en la batalla que se avecinaba.

Pero si los rumores de un arma maravillosa eran fuertes, los germanos no se quedaban atrás, y su industria aeronáutica había producido varios tipos de bombarderos pesados que competían entre sí para hacerse con la tarea de aterrorizar todavía más a los habitantes de Londres.

Así pues, cuando Stiglitz llegó se encontró con un bonito bombardero biplano esperándolo en la pista del aeródromo de Bembridge, sito en la parte oriental de la isla.  La maquina tenía un fuselaje amplio y rechoncho, capaz de contener, por igual a la tripulación, a la planta motriz, y a las dos toneladas de bombas que el ingenio podía transportar a casi seiscientos kilómetros de distancia, lo cual lo convertía en un interesante bombardero polimotor diseñado como elemento de apoyo para las tropas en campaña, y usaba un camuflaje a base de rombos que ostentaba, por ambos lados, la distintiva cruz de Malta. Estos eran los únicos detalles exteriores que la nueva máquina compartía con los estilizados triplanos cuatrimotores que habían intentado bombardear Inglaterra, con bombas calientes unos meses atrás.

Stiglitz miro más allá y contempló las siluetas de los nuevos bombarderos perfectamente alineados y esperando entrar en acción, y lo más importante de todo es que le habían concedido el honor de llevarlos al combate. Los aparatos venían junto con la tripulación de prueba enviada por el fabricante, la cual pasarían unos cuantos días adiestrando a los aviadores presentes en el aeródromo para acostumbrarlos a las prestaciones y características de la nueva máquina.

Mientras los pilotos se habituaban a sus nuevos aviones, Stiglitz puso manos a la obra en para diseñar la estrategia que le permitiría aislar a la península de Cornualles del resto de Inglaterra, y ofrecérsela como un fruto maduro a su ambicioso Kaiser. Para ello pensó en una operación de envolvimiento cuyo objetivo sería acabar con todas las fuerzas operativas británicas que defendían el territorio comprendido entre Portsmouth y Plymouth, de ese modo aislaría la península de Cornualles del resto de la isla, y sería mucho más sencillo inducir a su rendición, sin pasar mayor por el trámite de una lucha siempre azarosa y desventurada para los civiles.

 Después de pensarlo un poco, el general Stiglitz se asignó así mismo la tarea de rendir Plymouth, mientras la otra parte de su ejército, comandada por el general Emil Richter, se encargaría de avanzar desde Portsmouth hacia el oeste, asegurando Salisbury para evitar contraataques británicos desde esa zona. Por su parte, las tropas de Stiglitz desembarcarían en la pequeña isla de Drake, situada frente al puerto de Portsmouth, y en la playa de Jennycliff, con el fin de adueñarse de la península de Mount Batten, y desde ahí someter a sitio el puerto inglés hasta conseguir su rendición bombardeándola sin misericordia con los nuevos bombarderos y artillería de grueso calibre. Si el plan funcionaba, las victoriosas columnas alemanas marcharían hacia Torquay y Exeter para cerrar la gigantesca tenaza que había ideado sobre el mapa de campaña que tenia extendido sobre la mesa de operaciones que estaba estudiando concienzudamente como debía hacerlo un general antes de trabar batalla con el enemigo.

2- Lord Churchill confía en sus «acorazados terrestres» para vencer.

Lord Churchill encendió un enorme puro cubano, y se sentó ante el mapa de Hampshire, el condado sería el escenario donde el Royal Army estrenaría un arma nueva y revolucionaria que buscaría sorprender a los alemanes hasta entonces victoriosos.

 Asimismo, el Lord deseaba que sus soldados enfrentaran los vaivenes del campo de batalla con grado de protección mayor que el de sus contendores. Las ametralladoras estaban convirtiendo los campos de batalla en verdaderos cementerios, y eso lo habían demostrado sobradamente las pulemet (ametralladoras) rusas contra las cargas frontales que los japoneses habían lanzado contra el campo atrincherado de Port Arthur una década atrás.

Para conjurar ese peligro al Lord se le ocurrió que meter a ocho soldados, inmunes a la claustrofobia, dentro de unas máquinas romboidales que se desplazaban sobre orugas, como los tractores. Las novísimas máquinas estaban blindadas e iban armadas con cuatro ametralladoras laterales, montadas en barbetas, además de dos cañones navales instalados a proa y a popa, por así decirlo del landship.

Según la doctrina de Lord Churchill este sería el mejor modo de optimizar la capacidad ofensiva británica; a la par que se minimizaba el riesgo de sufrir bajas a causa de las ametralladoras. Eso obligaría al enemigo a confiar en su artillería para intentar destruir a los sorprendentes «acorazados terrestres» que la ingeniería inglesa había puesto a disposición del Royal Army para la defensa del suelo metropolitano.

 3- Primera batalla entre máquinas y monstruos.

Capitán James Mallory, comandante del Landship Mk I Number 100. Caballería Blindada de Su Majestad en el frente de Hurn.

El enemigo se ha amedrentado bastante por la aparición de nuestros landships, los alemanes han retrocedido, y han confiado a las ametralladoras la tarea de frenar nuestro avance contra sus posiciones fortificadas. Las machine guns enemigas ladran, pero su esfuerzo es inútil, el blindaje detiene el viaje mortífero de aquellos proyectiles, y ninguno de nosotros muere (aunque también es verdad que nos morimos de calor aquí adentro porque estamos hacinados, y el ambiente esta viciado por el olor de la cordita) Es nuestro turno, y desde las barbetas laterales de mi landship surgen ráfagas mortales que seguramente ciegan la vida de muchísimos hunos, ya no volverán a fumar ni a jugar a las cartas en sus cuarteles. ¡Pobres muchachos!, su único delito fue llevar ese uniforme caqui y ese casco puntiagudo que los convierte en enemigos de Su Majestad. Nuestro avance continúa, hemos ganado el primer round, pero sabemos que volverán, pero estaremos listos para recibirlos.

Informe del feldwebel Gunther Himmeltoss, unteroffizier del 11 Armee, destacado en el Primer Frente de Hampshire.

Los ingleses han conseguido asustar a mis muchachos con esa horrible cosa mecánica que se han inventado, aquella cosa marcha con lentitud mientras mientras escupe balas a mansalva por todas partes. No es momento para arengas, más bien hay que dar ejemplo de valor e iniciativa que restaurar su ánimo Por tal motivo, le arrebato sus granadas de mango a un soldado muerto, y me abalanzo contra una de las torpes máquinas inglesas que ahora nos atacan con vehemencia. Con suerte esquivo las balas enemigas, y cual un antiguo hondero, arrojó varias granadas contra la superestructura de aquella cosa que se acerca. Doy la media vuelta, y escucho las explosiones, sospecho que la máquina enemiga ha sido aniquilada.

Capitán James Mallory, comandante del Landship Mk I Number 100. Caballería Blindada de Su Majestad en el frente de Hurn.

Aquí dentro nos felicitamos todos sin palabras, el pulgar en alto es el signo externo de esa alegría por estar vivos que difícilmente podría reconocerse en un rostro enmascarado. Las granadas del enemigo han explotado sin mayores consecuencias para el landship Ahora los conductores se concentran todavía más, en su ruta, los artilleros recargan las ametralladoras y los cañones. Seguimos ganando.

Informe del feldwebel Gunther Himmeltoss, unteroffizier del 11 Armee, destacado en el Primer Frente de Hampshire.

Las granadas no han funcionado, y mis hombres siguen muriendo. La retirada no es una opción, tenemos que frenar a esas máquinas aún a costa de nuestras vidas, pero antes de jugar la carta de la desesperación se me ocurre lanzar al combate a algunas de las bestias que nos han encomendado. Ordeno sacarlos de sus jaulas, son como grandes perros, pero su aspecto es realmente feroz: pelambre hirsuto, hocico alargado, ojos inyectados en sangre, colmillos enormes. Y para protegerlos de las balas llevan cotas de malla adaptadas a sus cuerpos, además de un dispositivo explosivo que es el verdadero corazón del arma viviente que es el lobizón.

Soltamos a los lobizones, las bestias ya saben lo que deben hacer, son agiles, feroces y grandes, y lo mejor de todo es que no conocen el miedo, seguramente conseguirán lo que nosotros no hemos logrado.

  Capitán James Mallory, comandante del Landship Mk I Number 100. Caballería Blindada de Su Majestad en el frente de Hurn.

A pesar de que el ruido es tremendo, me doy cuenta de algo muy pesado nos ha caído encima. Mediante señas ordeno detener el landship. Los artilleros deben seguir atentos y pendientes de sus armas, todavía hay muchos alemanes en las cercanías y pueden atacarnos. Ahora que el motor se ha detenido podemos escuchar golpes y gruñidos allá afuera, de pronto algo explota y el motor resulta dañado. No podemos movernos, así que nos vemos obligados a salir fuera del landship para combatir por nuestras vidas con las armas en la mano.

Informe del feldwebel Gunther Himmeltoss, unteroffizier del 11 Armee, destacado en el Primer Frente de Hampshire.

Un lobizón se ha sacrificado para dañar el blindaje de la máquina enemiga, y los tripulantes de la cosa esa salen al exterior. Otras máquinas británicas sufren la misma suerte, y la suerte en el campo de batalla parece equilibrarse. Están vestidos como los caballeros medievales con yelmo y armadura, aunque esta no les cubre todo el cuerpo. Es nuestra oportunidad, mis soldados calan bayonetas y atacan al enemigo con furia. Veremos si esos ingleses son tan buenos luchando cuerpo a cuerpo. La sed de sangre de los lobizones nos ayudará, pues tengo el modo de controlarlos.

Capitán James Mallory, comandante del Landship Mk I Number 100. Caballería Blindada de Su Majestad en el frente de Hurn.

Estamos rodeados, los alemanes y aquellas bestias, parecidas a perros rabiosos, nos atacan por todas partes, parecen luchar juntos pues aquellas bestias saben distinguir entre nosotros y los alemanes. No me pregunten como lo hacen, simplemente es así, y bastante tenemos con defendernos de ambos. Lo peor es luchar contra las bestias, parecen inmunes a las balas, así que solo queda enfrentarlos cuerpo a cuerpo, y eso resulta factible. Veo como mis hombres van cayendo, con la ropa hecha flecos, y el cuello cercenado. Quisiera saber dónde están los aviones que deberían habernos apoyado. No queda más remedio que la rendición o el suicidio, creo que elegiré lo segundo.

4. Primera batalla entre hombres y bestias.

Informe del feldwebel Erwin Ganzenmüller, unteroffizier del 12 Armee, Infanterie-Regiment 127. Tercer frente de Portsmouth.

Estamos frente al puente de Laira, y se espera que consigamos tomarlo pronto. Los ingleses lo han fortificado con varios nidos de ametralladoras que no hacen viable un ataque frontal, es más varios landships van y vienen a través de la carretera colgante, como si nos estuvieran desafiando a desencadenar la lucha sobre esa arteria vital que da acceso al lado oriental de Portsmouth.

Sin embargo, es necesario andar con pies de plomo y no precipitarse, pues no queremos  que los ingleses hagan saltar el puente por los aires, haciendo un poco más difícil atravesar esta parte del rio Plyn.

Las cosas marchan bien en la isla de Drake y en la península de Mountbatten, vamos ganando terreno en esos sectores, los nuevos bombarderos nos ayudan mucho en eso;  pero necesitamos atravesar el puente para envolver a los defensores de Portsmouth por la retaguardia. El teléfono de campaña suena, y se me comunica que debo liberar a las bestias que tengo a mi cargo, ellos serán la punta de lanza en la operación de conquista del puente.

Me duele un poco que sea así, pero sé que es el mejor modo de ahorrar vidas alemanas para las futuras glorias de la patria.

Tentakel-Chimäre asignada al Infanterie- Regiment 127.

Despierto y otra vez tengo hambre, debo buscar comida. Mis hermanos están igual que yo y gruñen por eso. El amo Erwin nos dice dónde encontrar lo que queremos, y eso nos calma un poco. La puerta se abre, y eso indica que nos dejaran salir. Rugimos de alegría por eso. Afuera percibimos el olor de la carne fresca, el amo Erwin dice que el olor viene de un sitio que está más allá del agua. Nuevos rugidos de alegría por eso.

Pisamos un suelo verde que pronto se acaba y se convierte en agua, la carne está un poco más allá. Nos metemos en el agua en manada, y nadamos hacia el otro lado. La carne fresca nos espera ahí, el amo Erwin lo prometió, y nunca ha mentido.

Salimos del agua, y el suelo vuelve a ser verde, pero esta vez lo es por partes. Hay cosas grandes y suaves que me llaman la atención. No huelen como la carne, pero tal vez se algo parecido. Mi tentáculo se mete dentro, pero resulta que no es lo que creo. La cólera me invade, pero el amo Erwin me dice que siga buscando.

Y eso hago, lo mismo que todos mis hermanos seguimos leyendo el suelo y el aire.

Informe del feldwebel Erwin Ganzenmüller, unteroffizier del 12 Armee, Infanterie-Regiment 127. Tercer frente de Portsmouth.

Los monstruos ya están al otro lado del río, los ingleses al parecer duermen y la sorpresa será total cuando despierten y se den cuenta que el infierno ha abierto sus fauces. Mis domesticados antropófagos no dejaran títere con cabeza para mayor gloria de Stiglitz y del Kaiser.

Tentakel-Chimäre asignada al Infanterie- Regiment 127.

El olor de la carne es más fuerte, casi se toca. Mis hermanos y yo escuchamos muchos gritos por todas partes, estos hombres usan unas cosas que hacen mucho ruido, y las apuntan contra nosotros. El amo Erwin sabe que esas cosas hacen daño y por eso estamos protegidos. Hay muchos hombres a la vista, y algunos sostienen cosas brillantes  y puntiagudas para defenderse. Uno de mis hermanos es penetrado por la cosa brillante y puntiaguda, y brama de dolor. Mi tentáculo se extiende y se enrolla en torno a su matador. Aprieto, y poco a poco su cara se vuelve negra.  Está muriendo, como lo hacen muchos de sus camaradas ahora mismo, mis hermanos empiezan a comer, y mi apetito se despierta también.

Un fuerte ruido viene del cielo, unas cosas que vuelan se acercan, luego todo explota y se oscurece.

  Informe del feldwebel Erwin Ganzenmüller, unteroffizier del 12 Armee, Infanterie-Regiment 127. Tercer frente de Portsmouth.

Se me ordena cortar comunicación con los monstruos que han cruzado el río, la cosa marcha bien y están dando buena de los estúpidos ingleses que defienden esa posición, pero el general Stiglitz ha ordenado que los nuevos bombarderos despeguen y hagan el resto del trabajo. A través del teléfono le informo que todavía se está luchando, que los monstruos no han vuelto, pero responde que no es necesario que vuelvan, que ya han hecho lo suyo, y que es momento de que los verdaderos soldados tomen la parte de gloria que les corresponde. Entiendo que vamos a entrar en acción, y que la muerte nos espera allá en el puente.

A través de los prismáticos  observó las gruesas nubes de humo que han producido las bombas. Ruego a Dios que todos los monstruos hayan muerto, y que no nos guarden rencor por lo que hemos hecho.

Rubén Mesías Cornejo. 3 de setiembre de 2020.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bristol en la Batalla de Chulmleigh.

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