sábado, 19 de diciembre de 2020

Los golems mecánicos, la torre de asedio y la cosa tentacular.

 

1- Stefan Smigly se impone una tarea.

Stefan Smigly había sido escéptico la mayor parte de su vida, escéptico en cuanto a la existencia de un mundo sobrenatural poblado con su propia flora y fauna como la Tierra que todos conocemos, pero la presencia de aquella monstruosa criatura chupasangre le había convencido que la existencia de esas quimeras era posible. Es más, había visto una con sus propios ojos, y la sola presencia de esa cosa era prueba suficiente que había logrado hacer el periplo interdimensional de alguna manera, si es que no había nacido aquí mismo, como fruto de las manipulaciones genéticas de algún sabio loco empeñado en competir con Dios.

Sin embargo, todo lo anterior era una especulación ociosa que se esfumaba cuando surgía la faceta pragmática del gerifalte polaco: esa cosa había tomado la vida de muchos de sus hombres, por ende, era un enemigo a vencer, y tenía que pensar en un modo de hacerlo. Su mente despierta y acuciosa no tardó en hallar un modo para luchar contra la cosa venida de quien sabe dónde y razonó que el enorme tamaño del ser le haría buscar alguna zona lo suficientemente boscosa para ocultar su colosal figura de la curiosidad de los masurianos, pero bastaría invertir unas cuantas monedas doradas para conseguir información precisa sobre la ubicación del objetivo, una vez hecho esto se procedería a narcotizar antes de volarlo en mil pedazos con las minas que su equipo de zapadores colocarían debajo de la criatura dormida. Aquel plan se perfilaba como perfecto, y Smigly se estremeció de placer cuando se le ocurrió, incluso llegó a creer, por un instante, que las cosas le habían salido a pedir de boca con solo pensarlas.

Nada más lejos de la realidad, tendría que acopiar recursos y optimizar esfuerzos para alcanzar esa meta soñada en medio de la tranquilidad que imperaba en su puesto de mando, ahí en el vagón principal de su reino sobre rieles.

Por todo eso, ambas tareas se presentaban bastante arduas, y se presentaban como verdaderos retos para la logística que normalmente desplegaba la banda paramilitar que tripulaba aquel tren blindado, pero tampoco era cosa imposible de lograr. Todo podría solucionarse con el dinero que le enviarían sus misteriosos patrocinadores transatlánticos, era cuestión de escribir una carta, informar sobre la situación con cierto realismo para parecer coherente, y recibiría en su cuenta  los recursos que se precisaban para ejecutar la operación en contra de aquella quimera maldita. El dinero serviria para contratar más hombres, comprar explosivos en el mercado negro,y fabricar un par de gigantes mecánicos a una fábrica de armas de Bohemia.

Por supuesto, sus amos trasatlánticos nunca sabrían nada sobre el monstruoso animal que había herido el orgullo de esos patriotas, es más Smigly había prohibido celosamente a sus allegados que filtraran información sobre la misma. Nadie creería en su existencia si es que no lo hubiera visto con sus propios ojos, como lo habían hecho aquellos desdichados mercenarios, en cuyas mentes retumbaban los extraños jadeos que emitía la criatura mientras se alimentaba de la sangre que corría por las venas de su víctima, y ésta clamaba a voz en cuello, y se retorcía de dolor sostenida por aquel vigoroso tentáculo inmisericorde que cuando terminaba de alimentarse, arrojaba un cuerpo sin vida al suelo, para ir en pos de otro.

Era difícil huir de esa cosa, por más que el sentido común aconsejara escapar, la quimera parecía disponer de alguna clase de influjo telepático capaz de crear un estado de estupefacción en sus potenciales víctimas, pero lo peor no era precisamente eso (pues los directamente afectados ya estaban muertos) sino aquellos que se habían sobrevivido sólo para caer en un estado de melancolía y depresión que, en cierto modo, los incapacitan para la guerra que se estaba librando en las frontera occidental de Polonia.

 Por tal motivo, se le ocurrió mandar construir gigantes mecánicos para proteger a sus soldados de los poderes desencadenados de aquella aberración teratológica, a la cual se había impuesto la misión de borrar de la faz de la tierra. Aquellos gigantes, los zapadores y las minas subterráneas se bastarían para vaporizar a la quimera, y tal vez al demente que la controlaba. Aquella era la intención y el pleno deseo del gerifalte polaco.

2- Montague Sommers recibe una carta.

El padre Sommers era un ávido investigador del mundo sobrenatural, y tenía agentes repartidos a lo largo y ancho de Europa, los cuales eran  remunerados por el clérigo a cambio de que lo mantuvieran al tanto de cualquier suceso curioso que estuviese dentro de aquel campo de interés. La remuneración iba en función a la calidad del informe remitido, una calidad que obviamente solo el propio Summers estaba en condiciones de juzgar.

Por tal motivo, le resultó interesante el suceso que narraba esa carta enviada desde Gumbinen, allá en la Prusia Oriental; en la misiva se le comunicaba la repentina aparición de una criatura pesada y colosal que tenía hábitos alimenticios bastante parecidos a los de un vampiro. El remitente era Tadeusz Lubienski, un patriota polaco cuya necesidad de dinero le había hecho sentar plaza como soldado en la hueste del gerifalte Stefan Smigly, de forma milagrosa Lubienski había sobrevivido a la carnicería perpetrada por la maldita bestia entre sus compañeros.

Como era de esperar, antes de remitir el pago, el padre Sommers solicitó pruebas fehacientes de lo consignado en la misiva, y Lubienski le envió nada más y nada menos que un rollo de película sustraído de la filmoteca particular de Stefan Smigly, el gerifalte del tren blindado.

Sommers vio la película sumamente emocionado, había escrito tantas cosas sobre los vampiros y demás cosas sobrenaturales, pero siempre basándose en antiguos documentos conservados en archivos, era la primera vez que tenía una prueba fehaciente de la existencia de una criatura sobrenatural con una manifiesta afinidad con el modus operandi de los vampiros, aunque le chirriaba bastante el carácter colosal de la criatura, y la presencia de tentáculos, pero no era cuestión de devanarse los sesos intentando vislumbrar el origen de la criatura. Lo que importaba, era que, en esta ocasión, pues iba a ser partícipe de una aventura que tendría el honor de narrar él mismo para su próximo libro.

Ya vería el modo para conseguir viajar hacia esa zona, ahora estremecida por los movimientos de las tropas rusas y alemanas. El Gran Duque Nicolás, el comandante supremo de las tropas zaristas había prometido a su soberano que el paso del “rodillo ruso” a través de los bosques y lagos de la región sería rápido, pues aquella comarca sería tan solo una escala en el camino hacia Berlín. Ahora su mente estaba abocada en la búsqueda de una estrategia que le permitiera acercarse a esa criatura tan peligrosa como interesante.

Se le ocurrió que sería necesario premunirse de una especie de torre de asedio blindada para poder acercarse a su objetivo. No sabía si la idea resultaría practicable o no, pero estaba dispuesto a probarla él mismo sobre el campo. Claro estaba que tendría que equiparla con alguna clase de arma y capacidad de movimiento, un asunto de diseño del cual se ocuparían los ingenieros que trabajaban en las fábricas de armas de Bohemia, y podía permitirse el dispendio de pagar un prototipo de su propio peculio.

 Las ventas de su anterior libro sobre ocultismo habían ido bastante bien, y su editor había puesto en el mercado una segunda edición; quizá sería una buena idea aprovechar el momento para viajar a Alemania y negociar directamente la traducción de su obra con algún editor alemán, todo eso mientras Inglaterra todavía era neutral, y no metía en problemas a sus propios súbditos en los países del continente, los cuales empezaban a movilizarse para la guerra que ya estaba en curso. O mejor aún ofrecer sus servicios como corresponsal de guerra a alguna gaceta alemana, de ese modo podría tener acceso directo al campo, y por ende a la terrible bestia gigante.

3- Wilhelm Stiglitz secuestra al general Samsonov.

Herr Stiglitz no estaba a favor de ningún bando, ni los prusianos ni los rusos despertaban simpatía alguna en su corazón mercenario, pero no podía pasar el tiempo sin hacer nada. Era el amo de una bestia formidable, y se le ocurrió que si demostraba un poco más todo el daño que podía hacer bien podría llamar la atención de algún potentado que pudiese financiarle la construcción de un nuevo airship que sería completamente suyo, sin que tener que sufrir la autoridad del tiránico George Summerscale, a quien le deseaba una prolongada estancia en el peor de los infiernos.

Pese a encontrarse relativamente aislado en un bosque masuriano, Stiglitz permanecía al tanto de las noticias bélicas, y sabía que los rusos habían lanzado una potente ofensiva que los había hecho ocupar la ciudad prusiana de Allenstein, pero los ejércitos del Kaiser habían emprendido la contraofensiva, y estaban movilizando a sus ejércitos empleando los ferrocarriles para compensar su inferioridad numérica con la rapidez de su despliegue. Más hacia el sur, el Segundo Ejército Ruso al mando del general Samsonov se interna en Masuria con el propósito de apoyar el avance de las tropas que han tomado Allenstein, sin embargo, el general zarista se desplaza prácticamente a viva voz, sin tener al menos la precaución de encriptar adecuadamente sus comunicaciones, por ende, los alemanes se enteran de sus planes inmediatos, y Stiglitz también; pues el aprendiz de gerifalte tenía interceptada la red alemana.

Stiglitz no pensaba hacer un favor a nadie, su plan era ponerse en medio y lograr un beneficio por su inesperada interferencia. Y para ponerse en medio, se le ocurrió que lo mejor sería secuestrar al generalísimos ruso y alemán, de ese modo conseguiría desconcertar a ambos bandos dejando a miles de soldados sin dirección alguna, lo cual podría significar someter a la región a un caos más terrible que el derivado de una simple batalla campal. 

Ahora bien, considerando las cosas desde el punto de vista geográfico era mucho más sencillo, para Stiglitz, echarle mano al mandamás ruso que al alemán. La bestia que seguía sus órdenes era demasiado grande para ejecutar esta misión, así que lo mejor sería enviar un fragmento de aquella cosa   al cuartel general de Samsonov. Por tal motivo, Stiglitz toco con fuerza un pequeño tambor haitiano que siempre traía consigo, desde sus tiempos pasados en el Caribe. El objeto fabricado en el trópico tenía la propiedad de conseguir la separación parcial de aquella masa colosal por un lapso de tiempo determinado por el propietario del mismo.

La porción enviada cumplió su cometido a la perfección: asustó a los caballos, mató a los cosacos que osaron enfrentarla, y no cedió a la tentación de chuparles la sangre porque la misión no admitía retrasos, ni exceso alguno, solo tenía que capturar al general y llevarlo sano y salvo hasta el refugio boscoso donde Stiglitz pensaba como apoderarse de la persona de Paul von Hindenburg, el general que el Kaiser había enviado a Prusia Oriental con el propósito de frenar la invasión de las hordas eslavas.

Stiglitz acogió con cierta alegría la llegada del general ruso a su improvisado refugio, pues el eslavo significaría una compañía un poco más interesante que sus propias elucubraciones.

4- La torre de asedio de Sommers se encamina a enfrentar a la Cosa Tentacular.

Sin quererlo realmente, Sommers terminó convirtiéndose en un gerifalte más como aquellos que hacían la guerra al mejor postor. Era el amo de aquella torre alta y portentosa, dividida en cuatro pisos que albergaban potentes piezas de artillería de grueso calibre, hechas en Bohemia, y múltiples ametralladoras Maxim que completaban aquel majestuoso complejo artillero que no se veía desde los tiempos de los imponentes navíos de línea que habían luchado en Trafalgar y Navarino. La torre se movía mediante una maquina de vapor, y prueba de ello era la delgada chimenea tubular que coronaba la estructura semoviente.

Era una sensación diferente, estaba al mando de la vida y de los destinos de los hombres que tripulaban la torre, no era lo mismo que investigar textos escritos por otros, para recopilarlos con el fin de que apoyaran las ideas que en ese momento tenía en la mente. No, lo que estaba haciendo era una aventura, algo que podría contar en su libro no como un hecho más, sino como el tema principal del mismo.

Ahora estaba en busca de la cosa, los informes indicaban que se ocultaba en alguna parte del frondoso bosque masuriano. Los aldeanos denunciaban la perdida de sus animales, y de sus perros guardianes, y se sentían desprotegidos ante la amenaza que representaba para sus bienes la presencia de aquella cosa rara suelta por ahí.

La torre de asedio se desplazaba lentamente a través de la llanura masuriana, con los cañones listos para descargar sus proyectiles sobre la Cosa Maldita, pues a estas alturas a Sommers le interesaba más convertirse en un héroe para el pueblo polaco, que en conseguir material para sus libros. Sin duda, el espíritu de Marte, el dios de la guerra se había apoderado de su persona.

 5- Los gigantes mecánicos de Smigly no encuentran a su objetivo.

Antes de lanzar a sus grandes y costosos golems contra la Cosa Tentacular, Smigly había previsto que un equipo de zapadores sembrara minas debajo de la monstruosidad que tantas bajas le había causado a la tripulación de su tren blindado. Se trataba de apostar sobre seguro, y no perder hombres en el intento. El gerifalte era consciente de que si perdía demasiados hombres no podría reclutar suficientes reemplazos para completar su tripulación diezmada porque en cualquier caso la vida era más valiosa que todo el dinero que su pudiera acopiar mientras durase la existencia. El túnel se cavo recurriendo a personal reclutado entre los mineros que trabajaban en la extracción de la ozoquerita allá en las minas de Galitzia, el plan preveía que cuando la mina hiciera explosión, unos grandes cañones, situados convenientemente cerca del objetivo, abrieran un potente fuego de cobertura mientras los golems iniciasen su maniobra de aproximación para rematar a la bestia herida.

Una vez concluida la galería, esta se llenó de explosivos, y aunque muchas medidas para atenuar el ruido que hacían los zapadores mientras trabajaban, no se podía asegurar a ciencia cierta que el objetivo a destruir no hubiese advertido que se estaban concertando esfuerzos para destruirla. En su fuero interno, Smigly rogaba que la mina despedazara no solo a la criatura, sino también al malhadado Stiglitz, maldita fuera su estampa.

Las cosas marcharon a pedir de boca, desde el punto de vista de Smigly, hasta que la explosión se produjo, y la tierra tembló durante un rato. Cientos de árboles fueron arrancados de cuajo del suelo al cual estaban aferrados, y un espeso hongo de humo cubrió la escena durante un momento, sembrando la esperanza en el corazón del gerifalte polaco de que la ciencia hubiera triunfado sobre la superstición.

Sin embargo, por causas desconocidas la artillería no abrió fuego, y los golems entraron en acción, librados a sus propias fuerzas como los jinetes que ejecutaban las antiguas cargas de caballería, solo que esta vez Smigly no enviaba húsares con la espada desenvainada, sino una especie de “caballeros mecánicos” armados con ametralladoras y grandes estoques dispuestos en ambos brazos para cuando fuese necesarios un contacto más cercano con la carne de la bestia.

El avance se hizo a través del humo generado por la explosión, lo cual dificultaba a los pilotos el campo de visión necesario para comenzar a disparar, pero cuando la visibilidad se hizo posible no vieron nada en medio del tremendo cráter que se había formado ahí donde había estallado la mina. Por un momento, los tripulantes de los golems creyeron que la potencia de la explosión había bastado para vaporizar a la bestia.

Sin embargo, cuando bajaron a inspeccionar el terreno no hallaron el menor vestigio orgánico ahí donde había ocurrido la explosión., más bien se dieron cuenta de que no estaban solos, y que una torre semoviente parecía vigilarlos desde la otra orilla del cráter, con cuatro hileras de bocas de fuego apuntando contra ellos como la artillería de un viejo navío de vela.

¿Acaso tendrían que enfrentarse contra un nuevo gerifalte contratado por quien sabe que amo?

Los pilotos volvieron a sus máquinas dispuestos a enfrentar el combate que se avecinaba.

1 comentario:

  1. Interesante imaginar como acabara esta saga de historia alternativa. Podra esperarse que haya un libro?

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