Los discípulos de Hércules.
Rubén Mesías Cornejo.
El veterano instructor Hércules Hodgson terminó su
desayuno y salió al exterior para contemplar a sus pupilos con unos ojos llenos
de satisfacción; pues aquel conjunto de mozalbetes le había brindado la ocasión
de impartir el valioso saber que había acumulado combatiendo a los terribles
monstruos depredadores que habían invadido los bosques de Inglaterra.
Los cadetes estaban alineados en tres filas perfectas, compuestas de diez mozalbetes con la cara lampiña, y vestidos con un holgado uniforme de faena que les permitía una amplia libertad de movimientos a cada una de las partes de sus cuerpos jóvenes e inquietos, y esa inquietud era muy evidente para el instructor.
Hodgson podía leer en las miradas de aquellos jóvenes el
deseo de enfrentarse con aquellos seres altos y corpulentos, parecidos a osos,
que habían visto en los noticieros cinematográficos, y a quienes la prensa
había bautizado como “Goliats” como el filisteo polidáctilo que David
había conseguido vencer con una piedra.
Nadie sabía como aquellas criaturas habían aparecido en
medio de los bosques, depredando la fauna existente y matando a los primeros hombres
que se habían atrevido a enfrentarlos con simples armas de fuego pensadas para
matar otra clase de animales, menos formidables, más corrientes.
Hodgson había sido uno de los pocos hombres que habían
conseguido sobrevivir a esos primeros encuentros, y ahora disponía de la
experiencia y también del arma que se precisaba para eliminar a los llamados “Goliats”
de los bosques de su isla natal, y si bien había conseguido matar a varios ya, era
consciente que había llegado el momento de que esos jóvenes le demostraran que
era dignos de dedicarse a semejante menester.
—Se que estáis ansiosos por empezar—dijo Hodgson mirando a
sus pupilos— Habéis entrenado mucho, y no soy nadie para hacerlos esperar más.
Voy a escoger a uno de vosotros para que tenga el honor de probar esta nueva
versión del arma. En cuanto a los demás, no os desesperéis, pues también
participareis en la acción. Dicho esto, el instructor y sus pupilos treparon al
pequeño camión que los llevaría al escenario de la acción.
Cuando llegaron, aquella arenga obro su efecto en todos los
muchachos ahí presentes, todos querían la oportunidad de empuñar por vez
primera aquella arma portentosa, y nadie sabía con certeza cual de ellos sería
el elegido pues la fría mirada del instructor no parecía decidirse por ninguno
en especial.
Pero el suspenso no iba a durar para siempre, y el elegido
fue un chico delgaducho, de piel morena, cabello y ojos vivaces que recibió el
instrumento destructor en sus manos, como si fuera una hostia consagrada de
manos de un sacerdote.
Sus manos parecieron erizarse cuando entraron en contacto
con el metal que había construido el arma cuyo manejo había venido a aprender, sencillamente
en aquel momento esa obra de la ingeniería era parte más de su cuerpo, quizá la
más agresiva y poderosa.
—¿Cuál es su nombre? —gritó Hodgson.
—Ulysses Graham—replicó el aprendiz casi en el mismo tono en
el cual su maestro había hecho la pregunta.
—Bueno, le ha tocado en suerte iniciar la batalla, pero no
se preocupe. Sus compañeros estarán junto a usted para apoyarlo. Usted
disparará primero y todos seguirán su ritmo, incluso yo mismo —dijo Hodgson
empuñando otra arma semejante que le acababan de alcanzar.
El instructor y sus alumnos avanzaron al unísono hacia el
pequeño bosque que usaban para entrenarse con las marionetas animatrónicas,
pero ahora ser les había prometido que se enfrentarían con una bestia real y no
con una simulación. Por tal motivo, los muchachos marchaban hacia el bosque con
una mezcla de ansiedad y miedo, porque el riesgo de perecer en acción había
aumentado exponencialmente.
Y la bestia apareció de repente, lucía como un gran oso
gris, aunque su color de su pelaje no era precisamente aquel, sino uno que
hacia juego con la vegetación del paraje hasta el momento pacifico.
La bestia estaba molesta, o al menos lo parecía, pues tenía
el hocico abierto dejando escapar un aliento pútrido, a la par que toda la furia
que podía aflorar de aquella garganta. Sencillamente aquellos bípedos habían
invadido su territorio, y su reacción solo buscaba echarlos de ahí.
Pero los discípulos de Hércules no se iban a amedrentar por
unos cuantos gruñidos malsonantes, estaban ahí para foguearse y cobrar la piel
de su primer monstruo.
El cadete Graham hizo lo que se esperaba de él, y apuntó su
arma contra la rugiente mole peluda que gruñía una y otra vez, mientras tanto le
echó una rauda mirada a su instructor como si buscara su venia para apretar el
gatillo. Hodgson sabía que el momento adecuado para infundir coraje a su
pupilo, y movió la cabeza afirmativamente.
La colosal figura de la bestia llenaba todo el panorama
visual del cadete, pero aquellos rugidos feroces tenían el efecto de sumergirlo
en el miedo. La bestia era tan grande, y él se sentía ridículamente pequeño. De
pronto su cabeza se movió de un lado a otro para corroborar que no estaba solo,
de hecho, sus compañeros y el instructor Hodgson estaban junto a él.
Aquella verdad le hizo sentirse parte de una fuerza tan
poderosa como las que alberga la naturaleza, y apretó el gatillo, entonces
aquel dardo partió hacia el cuerpo de la bestia ante el regocijo de sus
compañeros, y del propio Hércules Hodgson. En ese instante la cuerda del entusiasmo
estaba vibrando en todos; y nadie esperaba que Graham fallara, aunque la
maldita posibilidad estuviera presente.
Y la punta de aquel dardo, forjada como la de un arpón se
incrusto en la piel de la bestia, abriendo una boca sangrienta en medio de su
pecho peludo. La bestia rugió como un ser de pesadilla antes de que la cabeza
explosiva detonara en su interior provocando el asombro y la alegría de los circunstantes.
Graham era el héroe del momento, y pasaría mucho tiempo para
que supiera que solo había vencido a un simulacro mejorado.
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