lunes, 23 de marzo de 2020

EN LAS CALLES DE TSINGTAO.

2 En las calles de Tsingtao, mayo 1943

Para Juzo Kabuto, la guerra contra los Estados Unidos se empezó a perder desde el instante en que la muerte del almirante Yamamoto se hizo patente para todos los japoneses. 
Aquello sucedió cuando la Marina le rindió honores fúnebres, a las cenizas del egregio hombre de armas que había brindado seis meses de triunfos sucesivos a las fuerzas armadas del Imperio; los restos mortales del almirante habían sido transportadas hasta Japón en el seno del acorazado Mushashi, el gemelo del poderoso Yamato donde alguna vez el occiso había enarbolado la enseña de la Flota Combinada en operaciones. 
El crimen había sido cometido en la remota y disputada isla de Bounganville, un antiguo territorio alemán que el Reich no había podido recuperar después que los marcianos invadieron Europa allá por 1916. 


Los extraterrestres parecían haber escogido el mejor momento para efectuar su formidable desembarco pues lo hicieron justo cuando las principales potencias europeas estaban enfrascadas en una lucha extenuante y feroz; sin embargo los marcianos no solo se conformaron con descender en el Viejo Mundo, sino también en los territorios colonizados por los europeos en otros continentes del globo. 
A raíz de esto, aquella isla dividida entre los poderes coloniales de los Países Bajos, Inglaterra y Alemania, también se convirtió en un campo de batalla, pero las tropas coloniales alemanas resultaron rápidamente superadas por las armas marcianas, y fueron los tanques australianos los verdaderos protagonistas de la resistencia contra los trípodes llegados del Planeta Rojo, y por esa razón el territorio acabó en sus manos después que el enemigo alienígena fuera aniquilado con un poco de ayuda de las bacterias terrestres. 
Pero si la suerte de las armas le había dado la espalda a los germanos en aquella isla, la energía y audacia de la Flota del Extremo Oriente, al mando del almirante Von Spee , había aprovechado la situación de postguerra para extender la influencia del protectorado alemán más allá de la península de Shantung, desde Tianjin en el noroeste hasta Shangai más al sur, fagocitando las concesiones extraterritoriales que el gobierno imperial chino había hecho a Francia y a Inglaterra, todo ello con el pretexto de combatir a los remanentes marcianos que habían hollado esos lugares. 
Afortunadamente para Japón, ningún cilindro marciano impacto en ninguna parte de su recién adquirido Protectorado de Manchuria, conquistado a los rusos, impidiendo que el Imperio del Sol Naciente interviniera en el conflicto que la mayor parte de las potencias terrícolas libraron contra los invasores marcianos. 
Pero aquella guerra interplanetaria que asoló Europa, parte de Asia y Oceanía y el territorio continental de los Estados Unidos, era parte de los libros de historia. 
Ahora los hombres habían vuelto a luchar entre ellos, ésta vez por el control del océano más extenso del globo, en el marco de estos combates el avión del almirante resultó abatido por una escuadrilla de cazas estadounidenses de gran radio de acción, los cuales conocían al dedillo el derrotero del aparato, gracias a que su servicio de inteligencia había logrado decodificar un telegrama cifrado en el cual se decía que Yamamoto se encontraba inspeccionando las guarniciones japonesas establecidas en la isla. 
La muerte de Yamamoto fue significativa para todos los buenos patriotas japoneses como Kabuto, pues era el alma de una guerra que se estaba llevando a cabo más por la presión de las circunstancias que por la convicción que se podía ganar, a pesar de eso el almirante diseñó una estrategia que apuntaba a neutralizar el potencial bélico del enemigo el tiempo suficiente como para que Japón hubiera construido un sólido perímetro defensivo alrededor de los territorios que sus fuerzas armadas habían conseguido conquistar. 
Y aunque, la pérdida de cuatro valiosos portaaviones echados a pique por las bombas de los aviones estadounidenses en las aguas de Midway había mermado un poco los arrestos bélicos de la Flota Combinada. Kabuto era un convencido de que la doctrina estratégica preconizada por Yamamoto, adaptada a las nuevas circunstancias, todavía podría salvar al Japón de la derrota. 
Unos cuantos meses después de su muerte, la fortaleza defensiva que el almirante había erigido en torno a las recientes conquistas japonesas empezó a resquebrajarse, y las aguas cercanas al archipiélago se tornaron inseguras para la navegación de la flota pesquera surta en puertos metropolitanos debido a las atrevidas incursiones de los submarinos yanquis. 
Pese a todo, el Alto Mando, y también el emperador Showa, todavía confiaban en que la audacia del almirante Mineichi Koga, sucesor de Yamamoto al frente de la Flota Combinada, pudiera contener la inminente contraofensiva que las tropas yanquis preparaban para echar a los nipones fuera de las islas Salomón, luego de eso se esperaba que Flota Combinada buscase el escenario y la ocasión propicia para una batalla decisivo contra la escuadra enemiga. 
Sin embargo, para Kabuto la cuestión pasaba por desarrollar un arma tan portentosa como resultaba la sola presencia del acorazado Yamato en el mar, y no solo en cuanto de tamaño, protección y capacidad para infligir un fuerte daño a sus oponentes, es más su ingenio no pretendía que algo tan convencional como un buque de guerra, por grande que este fuera. Kabuto apuntaba a conseguir algo tan inaudito que aunaba su capacidad bélica con la facultad de inspirar el terror a quienes tuvieran que enfrentar con aquella magnífica invención que secretamente había empezado a fabricarse. 
No en vano se sabía el descubridor del japonium, una poderosa aleación que no solo era capaz de resistir con éxito los proyectiles de las armas convencionales, sino que a la vez era la fuente de una poderosísima forma de energía obtenida mediante la fisión del núcleo atómico del mismo. 
Y ahora se sentía en la misma gloria porque su aleación estaba siendo usada para fabricar un ingenio bélico capaz de conjugar todas las fortalezas de las máquinas convencionales en un artefacto mucho más poderosa que todas esas armas reunidas y tripulada por un solo hombre como si fuera uno de aquellos ágiles aviones de caza que la Mitsubishi fabricaba para los portaviones de la Flota Combinada. 
Por estas razones había viajado hasta Tsingtao, la capital de todos los territorios chinos dominados por el Reich alemán, y por ende territorio neutral e intangible para la aviación estadounidense, con el fin de entrevistarse con el hijo del Káiser y supervisar la construcción del gigantesco ingenio bélico que se estaba fabricando ahí, pues la capacidad industrial del Japón se encontraba totalmente abocada a la producción de los nuevos interceptores a reacción, diseñados precisamente para hacer frente a los posibles ataques aéreos estadounidenses. 
Por su parte, el joven príncipe Ludwig Ferdinand, hijo del nuevo Káiser, abrigaba el proyecto de volver a someter bajo soberanía alemana todas las islas del Pacífico que la diplomacia de su abuelo habían obtenido para el Reich a fines del siglo XIX , las cuales se habían a causa de los reveses sufridos en la pasada guerra contra los marcianos ; y además deseaba contrabalancear el creciente poderío de los Estados Unidos en el Extremo Oriente, y el Japón era la única carta disponible para conseguir dicho equilibrio, a pesar de que las tropas niponas habían empezado a perder terreno en el conflicto que los enfrentaba a los norteamericanos era sabido que el príncipe prefería, al menos momentáneamente, la alianza con el Imperio del Sol Naciente, un viejo poder ya establecido en Asia, que entenderse con los advenedizos estadounidenses. 
Ahora el profesor Kabuto ahora se encontraba recorriendo las pintorescas calles de Tsingtao, sentado en una de esas típicos palanquines de alquiler servidos por dos porteadores chinos, mientras los porteadores lo conducían hacia su destino, la mirada de Kabuto tenía tiempo de recorrer aquella exótica urbe donde se mezclaba la arquitectura bávara con la propiamente china, y cuyas vías se encontraban atiborradas de judíos centroeuropeos, marineros alemanes y comerciantes chinos ofreciendo sus productos de forma ambulatoria, esa variopinta mezcla de trajes europeos y orientales  daba una apariencia cosmopolita a esa ciudad china puesta bajo jurisdicción alemana desde 1897. 
Su traje occidental y su condición de japonés le garantizaba un temeroso respeto de parte de los paisanos chinos, pues en el imaginario colectivo de esa gente, los alemanes y los japoneses eran la misma cosa: extranjeros que solo buscaban saciar su sed de riquezas con todo lo que pudieran sacar de los territorios de aquel decadente imperio chino que tan complaciente había sido con las apetencias foráneas, y aunque por ahora Alemania era la mayor beneficiaria de una generosidad que había convertido a China en un país mediterráneo pues toda la costa estaba en manos de los alemanes, esa situación podría cambiar después que Japón lograse quitarse encima el pesado lastre de la guerra. 
Pero obviando esa futura desavenencia entre potencias, el anciano científico nipón tenía mucho interés en dialogar con el virrey alemán para diseñar las líneas maestras de la estrategia que seguiría su descomunal máquina de guerra, para la cual ya tenía pensado un nombre derivado de la combinación de dos palabras japonesas que significaban “dios” y “demonio” respectivamente; por fortuna su viaje había carecido de grandes sobresaltos, pues la sola presencia de los vigilantes destructores de la Marina Imperial Alemana en el Mar Amarillo bastaba para ahuyentar la apetencia asesina de ningún submarino yanqui. 

En eso decidió sacar de su carpeta los dibujos del prototipo de aquella máquina que había proyectado gracias a la idea que el contralmirante Kameto Kuroshima le había proporcionado merced a una carta que su compatriota le remitiera desde Tsingtao, cuando era el agregado naval de la legación japonesa acreditada ante el gobierno del virrey alemán. 
El contralmirante era conocido entre los miembros del Estado Mayor Naval por no desechar ninguna idea por extravagante que esta pudiera parecer, es más él había sido quien había dado luz verde al proyecto de los submarinos portaaviones de doble casco que Yamamoto había concebido antes de acudir al viaje donde perdería la vida. 
Entonces recordó que en la carta, Kuroshima le narraba haber asistido a un espectáculo callejero, montado por unos titiriteros judíos, ahí en ese minúsculo proscenio y con unos muñecos toscamente ataviados, aquellos artistas ambulantes representaron una leyenda que circulaba en el gueto judío de Praga, una conseja que versaba sobre una gigantesca criatura artificial hecha de barro, la cual cobraba vida cuando se recitaba un conjuro escrito en lengua hebrea, que dicho ser llevaba labrado sobre la frente. 
El hombre de barro, formado por la mano laboriosa de un rabino, cobraba vida cuando el mismo pronunciaba la palabra escrita sobre su frente y estaba dotado de una fuerza prodigiosa y sobrenatural que solo usaba cuando se le ordenaba proteger a cuanto miembro de la comunidad judía solicitase su amparo y protección en un momento crítico. 
Aquellos títeres, bien caracterizados, se movían con destreza en medio de una atmósfera penumbrosa, plenamente expresionista, propia del cine alemán de hacía veinte años atrás; aquellas sombras eran las mensajeras de terror que emanaba del lento desplazamiento de aquella amorfa criatura de tela, dispuesta para parecer de barro, cuando esta aparecía en la casa de algún confeso antisemita para aplicar el correctivo más supremo en nombre de todos los judíos que sufrían, pero lo más interesante de todo era que aquel ser, llamado “Golem”, era una especie de autómata o robot, pues carecía de una inteligencia propia, y aunque era poderoso precisaba ser dirigido para el cometido que fuera. 
Por asociación de ideas Kuroshima, pensó en que la situación militar del Japón podría necesitar de un remedio semejante pues al igual que Yamamoto creía que hacerle la guerra a los norteamericanos equivalía a despertar la furia de un gigante debido a su ingente potencial industrial, el cual podía respaldar las necesidades de sus fuerzas armadas en caso de conflicto, a causa de eso bien valía la pena poseer una especie de comodín u arma secreta capaz de darle una vuelta de tuerca a la situación militar si es que esta llegaba a hacerse alguna vez desesperada para las armas japonesas 
Y el destinatario de aquella misiva era nada menos que él mismo , un patriota convencido, un ingeniero imaginativo, sin duda la persona idónea para llevar a cabo la parte creativa de ese proyecto aparentemente descabellado de fabricar un gigantesco robot de batalla tripulado, capaz de volar y dotado de armas revolucionarias tomadas de los despojos que los artefactos marcianos habían dejado en el campo de batalla. 
Sería innegable que su aparición en los cielos sería comparable a la de esos tanques que treinta años atrás habían contribuido a conjurar la amenaza de los trípodes marcianos cuando les tocó enfrentarlos. 
Kabuto se sintió complacido de imaginar nuevamente el efecto que tendría en los cielos una confrontación semejante, y guardó apresuradamente los dibujos para disfrutar plenamente de aquella posibilidad, que le hacía sentirse orgulloso de su ingenio, y de ser capaz de ayudar a su patria en un trance tan difícil que podría lesionar el espíritu patrio, pues hasta el momento Japón no había sido vencido por ninguna nación occidental. 

Los porteadores de la silla de manos que el profesor Kabuto había alquilado se detuvieron ante el vasto jardín que circundaba el palacio del virrey alemán, entonces el científico japonés puso resueltamente sus pies sobre el suelo antes de encaminarse hacia el puesto de control que vigilaba el acceso de los visitantes a la sede del gobierno germano en aquella parte de China.

EL INVENTO DEL PROFESOR KABUTO

1.Aeródromo de Narimasu, noviembre de 1944. 
Aquella tarde el cielo de Tokio parecía tranquilo visto desde la pista del aeródromo militar de Narimasu sobre la cual se encontraban alineados los flamantes cazas Ki-44 del 47 Grupo Aéreo de la Aviación del Ejército Imperial, aquella aparente apacibilidad se reiteraba en las retinas de los tokiotas que aquel día habían acudido, como siempre, a la escuela o a sus puestos de trabajo en las fábricas que todavía nutrían el esfuerzo bélico del imperio nipón en su lucha contra las fuerzas estadounidenses en toda la extensión del Océano Pacífico. 
No obstante aquella calma proverbial, más propia de un haiku que de la trágica realidad que impera durante una guerra, se vio interrumpida cuando la plateada silueta de un solitario cuatrimotor estadounidense apareció de repente en medio de esa soporífera tarde y empezó a sobrevolar la ciudad con intenciones seguramente nada sanas. 
Entretanto, los operadores de las estaciones de radar que vigilaban el cielo de Tokio habían advertido la presencia del cuatrimotor, y ahora mismo estaban informando a los escuadrones de caza basados en las cercanías para que procedieran a interceptarlo. 
La aparición de aquel aparato después de más de dos años y medio de un cielo limpio de aviones enemigos trajo a la memoria de los encargados de la defensa antiaérea de Tokio la inopinada aparición de un escuadrón de bombarderos bimotores de la misma nacionalidad, los cuales si bien no causaron daños serios, se dieron el lujo de lanzar unas cuantas bombas muy cerca del palacio que habitaba el emperador Showa, el divino Hirohito, pero a diferencia de aquellos incursores, el actual volaba a una altura mucho mayor, y eso quería decir que gozaba de mejores prestaciones que aquellos bombarderos medios liderados por el coronel Dolittle. 
De pronto aquella mala noticia imprimió un sello de súbita actividad entre los pilotos y el personal de tierra del aeródromo. El Alto Mando había transmitido la orden de interceptar aquel avión intruso, y los pilotos del Grupo corrieron hacia sus aviones y se metieron en sus carlingas para encender motores. Las hélices despertaron de su letargo confiriendo vida y movimiento a los rechonchos aviones de caza que empezaron a 
carretear lentamente antes de coger el impulso que les permitiría trepar al cielo para cumplir con el cometido que se les había asignado. 
A un lado de la pista, el veterano profesor Juzo Kabuto contempló sin decir nada, el trabajoso despegue de los nuevos aviones fabricados por la compañía aeronáutica Nakajima, era una orden superior y nada podía hacer para contradecirla pues a esos uniformados poco les importaba que la mayoría de aquellos pilotos fueran todavía inexpertos en la ardua tarea de abatir aviones enemigos del cielo. 
El objetivo puntual era que la misión se cumpliera más allá de las limitaciones que pudieran haber para que el honor militar de las armas imperiales quedara incólume, por eso tan solo atino a proyectar la mirada de sus ojos añosos hacia el cielo para seguir la trayectorias de aquellos cazas de tosco fuselaje tubular en volando en medio de aquel cielo vespertino, entonces los mechones de pelo que todavía sobrevivían en los flancos de su mollera se abatieron sobre sus sienes como si fueran cortinas dotadas de vida propia mientras su mente consideraba la posibilidad de que aquellos cazas tan sobrecargados de blindaje, combustible y munición consiguieran ascender con facilidad los diez kilómetros de nubes y cielo que los separaban de su presa. 
Claro que era factible que algunos pilotos, lo más experimentados ( justamente los que más escaseaban en el Arma Aérea del Ejército y de la Marina) lograran forzar las prestaciones del aparato para ponerse a distancia de tiro de aquellos aviones intrusos. 
Los Shoki eran verdaderos mastodontes si se los comparaba con los mucho más ágiles Zero y Hayabusa, que antes habían servido en los grupos aéreos de la Marina y el Ejército respectivamente, pero a diferencia de estos no propendían a incendiarse con tanta facilidad después de que las ametralladoras yanquis les abrieran unos cuantos agujeros en el fuselaje, pero dejando de lado este problema , realmente resultaría toda una proeza que los Shoki consiguieran interceptar aquel maldito avión procedente de los aeródromos que los estadounidenses habían logrado capturar en Saipán pues su techo operativo andaba cinco mil metros más abajo que él del avión enemigo, más bien si ésta no llegaba a suceder sería inevitable que los estrategas que dirigían los Grupos Aéreos del Ejército y la Marina basados en suelo metropolitano considerasen aplicar la siniestra doctrina que estaba convirtiendo en bombas humanas a los jóvenes pilotos de la Marina que habían luchado en las aguas de Leyte. 
Si esa directriz llegaba a darse transformaría a cualquier caza del arsenal japonés en un ariete volante; y el Alto Mando no se detendría ante nada para conseguir voluntarios: los embriagarían con una mezcla de patriotismo y misticismo, a partes iguales, buscando justificar el sacrificio que cometerían prometiéndoles que se convertirían en seres divinos luego de efectuar una embestida contra algunos de esos superbombarderos que seguramente seguirían la estela del que ahora había irrumpido en medio del cielo tokiota. 
Kabuto tenía un nieto estudiando en la universidad, y era casi seguro que terminarían llamándole a filas para que tuviese una muerte gloriosa a ojos del Alto Mando, una posibilidad nada descabellada pues últimamente la doctrina suicida que preconizada por el almirante Onishi había invadido los cerebros de todos los mandos militares tanto del Ejército como de la Marina como una especie de virus derrotista que contradecía mucho el del pensamiento militar del fallecido almirante Yamamoto, cuando era éste quien manejaba la estrategia bélica del Imperio al principio de la guerra contra los yanquis. 
Juzo Kabuto siguió con la cara en alto, con la mirada puesta en el cielo aun cuando las ruidosas siluetas de los aviones de caza se hubieran perdido de vista en pos de la huidiza presa que les había encomendado interceptar, en verdad sabía que esos aviones no podrían lograr lo que se esperaba de ellos: eran producto de una tecnología convencional cuyas prestaciones difícilmente podrían equipararse con las de las máquinas estaba poniendo en el cielo para poner al Japón de hinojos. 
Más bien su imaginación llenó el cielo con la silueta de una máquina mucho más poderosa en cuanto a armamento y capacidad para resistir el daño que todos los aviones a hélice que pudieran construirse. 
Estaba haciendo construir los prototipos en secreto y fuera del Japón y en una zona neutral que los bombarderos estadounidenses no podrían agredir: las posesiones alemanas en China regidas por el príncipe Ludwig Ferdinand, hijo del káiser Wilhelm III en calidad de virrey, todo eso le hizo emitir una sonora carcajada que le convirtió en el centro de la atención del personal de tierra ahora que los cazas habían despegado. 

A pesar de eso Kabuto no se reprimió y dejó que su felicidad llegara a su natural conclusión, sin importarle lo que los circunstantes pensaran de él: quizá lo vieran como un viejo excéntrico por reírse a solas, pero era mejor así pues lo que había salido de su mesa de dibujo era una verdadera arma maravillosa capaz de revertir súbitamente el curso de una guerra que desgraciadamente se estaba perdiendo.

lunes, 16 de marzo de 2020

UN ADAN ENTRE VARIAS EVAS


Esta novela corta, apareció en 1958, en las páginas de la revista Venture Science Fiction, publicación de corta vida que terminó siendo absorbida por The Magazine of Fantasy and Science Fiction, la versión en castellano fue obra del traductor Fernando Sesén, y salió a la venta con el número 13 de la colección “Galaxia” publicada por la editorial “Vértice” allá por 1964.

“Planeta de mujeres” (“ Virgin Planet” es el título original)  es una obra menor dentro de la extensa bibliografía de Poul Anderson(1927-2001) y trata en clave de aventura espacial un tema incombustible: las relaciones entre varón y mujer, un tema siempre polémico en cualquier época y circunstancia. Y la premisa de la que parte el autor es bastante interesante ¿ que sucedería si un hombre llegase a un mundo poblado sólo por mujeres? La respuesta es una novela escrita con oficio, soltura, y una pizca de erotismo y cierto humor derivada de la tensión sexual que se entabla entre Davis Bertram y Barbara Whitley, los protagonistas de esta obra.

La novela tiene un comienzo potente; la cabo Doncella Barbara  Whitley encuentra a la salida de un bosque una misteriosa nave espacial. No está demás decir que la astronave no era para nada esperada, y que su aparición en los cielos de Atlantis, constituye un enigma que la joven cabo Whitley es la primera en afrontar, montada sobre una especie de avestruz domesticado de grandes ojos amarillos llamado orsper.

Atlantis es un planeta parecido pero no igual a la Tierra, pues si bien tiene mares y continentes su firmamento está iluminado  por dos lunas y dos soles, un fenómeno insospechado en nuestro mundo azul: además su población está compuesta íntegramente por mujeres, las cuales se encuentran divididas en comunidades con un diverso grado de desarrollo pretecnológico, pese a ello tienen noción del viaje espacial porque sus ascendientes llegaron a Atlantis a bordo de una cosmonave.

 Basta pasar revista a la indumentaria que usa la  cabo Whitley para darnos cuenta de ello;  la chica lleva capa, coraza, grebas y morrión; además de una ballesta, un hacha, una daga y un lazo que le sirve para atrapar a Davis Bertram, el astronauta rubio y caradura que por designio del autor termina llegando a este “planeta de mujeres” después de atravesar una tormenta cósmica que lo desvía ligeramente de su ruta que tenía planificada.

El primer encuentro entre Bárbara Whitley y Davis Bertram, el macho de esta historia, está lleno de dudas para la primera pues ella ha sido educada en la creencia que los Hombres regresarian a Atlantis de manera “ostentosa y tendrían halos en torno a ellos y criaturas de metal como servidores” y como  el susodicho Davis no guarda parecido con nada de eso, la nena colige que se trata de un Monstruo, es decir lo opuesto de los Hombres según lo que tiene entendido.

Durante más de la mitad de la novela, Davis es considerado una especie de una herejía viviente, para esa comunidad de amazonas espaciales que viven y se reproducen sin necesidad de machos. Es más aquellas mujeres jamás han visto un macho humano y cuando lo ven desnudo se preguntan cuál es la función de su miembro viril.

 Esa ligera ignorancia da pie a una de las escenas más tragicómicas de toda la novela, cuando se le ordena a Barbara tener relaciones íntimas con el prisionero para determinar si era cierto que era un hombre como lo afirmaba una y otra vez; pero no se alarmen el macho Bertram se olvida de su masculinidad por un instante ahorrandole al autor describir escenas escabrosas que le hubieran puesto un tinte pornográfico a un libro que exhala cierto tufillo de erotismo en algunos pasajes, pero sin ir demasiado lejos.

A causa de ello, Anderson pone en boca de Davis un comentario expresa la desazón del personaje al no poder consumar ninguna de las relaciones que le proporciona ser el único macho en un planeta de mujeres “ No estaba bien que le pusieran en un planeta lleno de chicas guapas y que le interrumpieran cada vez que las cosas se pusieran prometedoras”

La repentina aparición de Davis y su captura por parte de las amazonas de Freetoon, provoca una inesperada alteración en el equilibrio de poder reinante en el planeta,  Desgraciadamente no se produce acuerdo alguno y una coalición de ciudades invaden Fretoon, pero no pueden echarle el guante al codiciado terrícola, el cual escapa a lomos de un orsper en compañía de las primas Bárbara y Valeria Whitley, y de la coqueta Elinor Dyckman, quien ha caído rendida ante los encantos del primer macho que ha pisado Atlantis en trescientos años, aunque se quedara con los crespos hechos pues el terricola preferirá entregar su corazón a Bárbara Whitley.

A partir de aquí, el cuarteto de fugitivos pasa por una variedad de situaciones en un contexto de narración aventurera e iniciática, a lo largo de su viaje en busca de la Nave del Padre, durante el cual se afianza la tensa relación amorosa entre Davis y Barbara, además de superar diversas dificultades nacidas tanto de la ignorancia de Davis sobre el comportamiento de la fauna en este mundo femenino, como del uso que otras mujeres quieren hacer de su capacidad viril . La cosa se complica todavía más cuando la legado de los Doctores, que manejan la reproducción partenogenética, considera que Davis no es el Hombre que han estado esperando y ordena que el terrestre sea asesinado, lo cual no llega a realizarse pues estamos refiriendonos nada menos que al protagonista 

Davis representa para Bárbara  un ser insólito al cual teme y desea, y que para más inri constituye toda una anomalía viviente en aquel mundo poblado por mujeres clonadas  por la ciencia de los Doctores. que acompañaban a las féminas que trescientos años atrás habían quedado varadas en aquel mundo relativamente aislado del espacio conquistado por el Hombre.

 Para reforzar esta idea  Anderson introduce en la novela una suerte de culto al Hombre, por parte de esta sociedad enteramente femenina, la cual parece estar esperando el regreso del Hombre de las estrellas, así lo expresa lo que Doncella ha aprendido acerca de ellos. “ Los hombres son los machos de la especie humana. Nosotros íbamos a unirnos a los Hombres, pero el Navío se desvió a causa de nuestros pecados” 

 En pocas palabras, para las mujeres de esta novela los Hombres son una especie de dioses a los cuales están esperando pues si bien no conocen el amor físico con la contraparte masculina de su sexo, están bastante predispuestas al mismo; un detalle que se desprende de las varias oportunidades que Davis tiene para ejercer su virilidad a lo largo del relato.

La novela silencia de manera absoluta el tema de la homosexualidad femenina, es más ni siquiera lo sugiere. Todas las mujeres de Atlantis acatan a rajatabla el sistema de castas que las divide, y el sistema de reproducción asexual que las provee de recambio generacional, aunque no están muy bien avenidas entre sí y puede darse la guerra entre ellas, la única verdadera grieta que cuartea este escenario es la figura del macho que viene a perturbarlo todo con su sex appeal 
 ¿ Será esto un indicio de que para Anderson la guerra de los sexos sería ganada por el varón?

domingo, 15 de marzo de 2020

DEBACLE EN LOS TUNELES



Un extraño “cáncer” se va extendiendo a lo largo y ancho de la geografía  de Kent, y aunque lo que está pasando en aquella comarca no es precisamente una enfermedad, es como si lo fuera pues la nación ha perdido el pleno control sobre todo la región ,la cual ha involucionado hasta parecer una comarca incivilizada que evoca los tiempos previos a la conquista romana de nuestra isla.

Pueblos y ciudades han sido abandonados, las carreteras se han llenado de animales raros , vagabundos armados, pero eso no es todo pues los scouts del Royal Flying Corps han descubierto actividad alemana en esta zona ahora vedada para los súbditos comunes y corrientes.


Como nuestros lectores recordarán aquellos aviones fueron abatidos  sobre los acantilados de Dover por obra de los heroicos pilotos capitaneados por Sir George Summerscale, sin embargo las bombas que transportaban aquellos aparatos se estrellaron contra el mar, y se fragmentaron liberando una sustancia gaseosa y nociva que ha cubierto una franja de  la costa sudoriental de nuestra isla, la cual se extiende desde Dover al oeste y Folkestone hacia el este. De este modo, los condados de Kent han adquirido el aspecto de un día nuboso, triste y eternamente invernal que cubre aquella tierra antes verde.

Mientras tanto,  como era de esperar Sir George Summerscale y el grupo paramilitar que lo sigue se ofreció a solucionar el daño colateral provocado por esa acción heroica que le había ahorrado a Londres ser atormentada por un fuego tanto o más intenso que el del infierno.

La oferta de Sir George obtuvo inmediatamente el apoyo de la opinión pública, el baronet había demostrado poseer habilidad militar y los medios suficientes para formar una especie de ejército privado cuando la ocasión lo requiriese. 

Además los británicos de a pie  estaban convencidos de que sir George no solo estaría en condiciones de limitar la expansión de aquel “cáncer”, sino también de eliminar a todos los fenómenos originados a partir del mismo, y de paso también liquidar a los alemanes que habían conseguido infiltrarse en el territorio con evidentes intenciones de marchar hacia Londres y aprovechando la inmensa tierra de nadie que había surgido en el suroeste de Inglaterra.

Estando así las cosas, el gobierno de Su Majestad, le concedió luz verde a sir George para instalar un destacamento de sus fuerzas especiales en Canterbury y otro en Hastings con el propósito de contener el avance de las cosas raras que parecían brotar sin cesar del territorio ya conquistado por aquel funesto “cáncer” que parecía obrar con cierta inteligencia según lo revelaban los continuos vuelos de reconocimiento que se efectuaban cada vez que el “cáncer”  se le antojaba ponerse en marcha.

Durante su permanencia en aquellos frentes , los caminantes blindados de Summerscale y la infantería que le acompañaba  dieron y recibieron mucho, enfrentándose a toda clase de bichos y a una que otra patrulla alemana equipada de modo estrambótico, con máscaras y uniformes especiales, adaptados al extraño entorno en que se había  convertido aquel teatro de operaciones; sin embargo esas tensas tablas no satisfacían para nada a la opinión pública, ni al gobierno de su Majestad que estaba pagando para obtener resultados apreciables, y que exigía la aniquilación de los alemanes infiltrados y de las bestias por igual.

Apremiado por la presión, sir George partió desde un aeródromo de  Hastings en un audaz vuelo de reconocimiento cuyo destino final era sobrevolar el castillo de Dover, lugar donde se había instalado el hombre que manejaba los hilos de aquella extraña trama, según delación de uno de los soldados alemanes que había sido capturado en una de las tantas escaramuzas que se habían librado en los extramuros de Canterbury. El aterrorizado huno confesó antes de morir durante la tortura que sus camaradas habían conseguido infiltrarse en Kent merced a unos túneles secretos que desembocaban justo hacia la parte de los acantilados donde los triplanos germanos habían sido derribados. Asimismo,el alemán confesó el nombre del oficial al mando de esta operación especial planificada  por Estado Mayor de la Kaiserliche, se trataba del capitán de navío Peter Stiglitz.

 Con ese apellido en la mente y la ojos puestos en el paisaje se fue dando cuenta de la extensión del daño ocasionado sobre las otrora verdes campiñas de Kent ( que ahora lucían raídas como un campo de fútbol mal cuidado)  pero no solo fue testigo de la tanta devastación, también su aparato sufrió el ataque de algunas bestias voladoras con aspecto de saurios,las cuales se acercaron tal vez intrigadas por el ruido que hacia el motor del avión de reconocimiento; pero lo más grave de todo fue que esas abominables criaturas pretendieron derribar su aparato, apelando a sus picos aserrados para seccionarle la cola de un solo tajo;  por fortuna la buena puntería de su artillero de cola le libró de ser derribado sobre aquella tierra maldita.

Superado el incidente, el avión de Sir George sobrevoló uno de los grandes torreones situado en medio de los bastiones que conectaban la muralla semicircular que rodeaba el Castillo, y vio la silueta de un hombre vestido con un sobretodo negro que hacía juego con una bufanda gris que le envolvía un cuello del cual surgía un rostro blanco y bigotudo, tocado por una de esas gorras con visera que usan los oficiales de la Kaiserliche.

El hombre fue avistado justo cuando estaba moviendo sus brazos de aquí para allá en un paroxístico ejercicio de magia, casi era como si pretendiera darle órdenes a la naturaleza utilizando una pantomima agresiva  que escribía en el viento las delirantes órdenes que le dictaba su mente.. Para un observador externo aquel individuo no era más que la víctima de un trance desaforado al cual había que eliminar; por eso .el artillero de cola apuntó su Vickers contra el alemán y estuvo a punto de presionar el gatillo pero un súbito malestar invadió su cuerpo haciendo que olvidase, por el momento, sus intenciones asesinas.

Era el mejor momento para retornar a casa, y el avión de Summerscale volvió a Hastings, ahora el baronet  estaba seguro de lo que convenía hacer para erradicar aquella anomalía del suelo inglés, y empezó a planificar una operación contra el castillo, la cual tendría como objetivo invadir los túneles subterráneos que conectaba dicha construcción  con los acantilados de Dover. 

Para tal fin se precisaba de la colaboración de los destructores de la Royal Navy, para que prestaran su cobertura de fuego y sirvieran como plataforma de despegue  para los efectivos que tomarían por asalto las bocas de los túneles. Y es que los hombres de Summerscale llevarían a cabo semejante hazaña, premunidos de un equipo nuevo que pretendía superar el tradicional método del escalamiento con medios sacados de la nueva tecnología aérea que le había permitido al hombre volar. 

La idea del nuevo artilugio era bastante simple: todo consistía en introducir a un hombre dentro de un arnés metálico que lo unía a un motor de aviación, semejante interacción entre hombre y máquina era propulsada al cielo por una batería de cohetes que servían para asistir el despegue; una vez en el aire la hélice que brindaba tracción al binomio semi mecánico se ponía en marcha permitiendo al soldado elevarse hasta la altura donde las bocas de los túneles daban hacia el mar.

Los reconocimientos efectuados por los scouts de la Royal Navy indicaban que los alemanes habían descuidado la vigilancia de las mismas, porque consideraban improbable que a los británicos se les ocurriera asaltar los túneles mediante el viejo método de las cuerdas y las escalas. Sería demasiado costoso y fatigante para ellos.


Por eso cuando los “hombres hélice” de Summerscale, con el baronet a la cabeza, pusieron el pie sobre el suelo del túnel no esperaban ningún comité de recepción. Era imposible ocultar el ruido que hacía el motor mientras funcionaba, y eso no podía pasar desapercibido para las extraños bichos  que aparecieron ante sus ojos una vez que conectaron las linternas que tenían incorporadas en la cimera de sus cascos, a la par que apagaban los motores que los propulsaba, y las hélices dejaban de girar.

Eran pájaros picudos,de ojos redondos,  cuellos desnudos y patas fuertes y musculadas, su altura era mayor a la de un hombre promedio de pie, y estaban dotados de un cuerpo rechoncho pero robusto capaz de soportar el peso del ulano alemán que los montaba, el cual usaba una máscara que se integraba completamente con el casco de hierro rematado en punta que usaba como distintivo especial. Los ulanos se encontraban quietos y con las lanzas en ristre, listos para emprender su acometida en cuanto se les diese la orden de hacerlo.

Más tarde, cuando Summerscale evocó este episodio para narrarlo a nuestro corresponsal, confesó que no pudo evitar sonreír ante el aspecto tan freak que emanaba esa combinación entre un jinete y un pájaro corredor usado como montura, pero mayor gusto le daba saber que pronto aquellos bichos y sus jinetes serán pasto de las ametralladoras que se escondían dentro de unos cilindros rodantes terminados en cúpula que también habían sido equipados con hélices tractoras para permitirles volar como lo hacían el resto de los comandos que participaban en la incursión.

La batalla estaba servida, balas contra lanzas, ulanos contra hombres hélice, cosa más extravagante no podía verse y Summerscale nos confesó que tenía ganas de trocar la escena por algo más consecuente con estos tiempos: un montón de muertos tendidos en el suelo por obra de las balas. El baronet estaba a punto de dar la orden cuando los ulanos rompieron su formación y dejaron ver que detrás de ellos había una hilera de ballesteros con el ojo en la mirilla, el dedo en el gatillo y la rodilla apoyada sobre las rocas que formaban el suelo de aquel ambiente lóbrego y plagado de humedad.

Entonces llegó el momento de disparar, saetas y balas se entrecruzaron en el aire en pos de encontrar sus víctimas en el otro lado, y en efecto los proyectiles lo hicieron y los caídos empezaron a cubrir el suelo con sus cuerpos. Mientras los ulanos entraban en acción cargando contra los comandos  que pretendian abortar la misión volviendo hacia la boca del túnel desde donde se divisaba el cielo, el mar y la posibilidad de seguir vivos. Incluso hubo quienes saltaron al abismo , para luego activar el motor que les permitiría salvar el vacío, lamentablemente la maquinaria explotó haciendo de ellas pequeñas bolas de fuego precipitándose hacia el mar.

Sir George nos ha confesado que no pudo contenerse y que mató con su propio revólver a varios de aquellos cobardes que se estaban retirando por voluntad propia, mientras intentaba detener aquella debacle inesperada entre las fuerzas que tan esforzadamente había reunido , y que ahora se estaban desbandando ante aquellos hunos premunidos de lanzas y ballestas.

El desastre era evidente, es más las ametralladoras no podían ser empleadas adecuadamente debido a la estrechez del espacio disponible. Entonces, sir George comprendió que no quería acabar sus días traspasado por la lanza de ningún ulano, o el dardo de alguna ballesta germana.

Pero ¿cómo salir de aquella ratonera?  si apelar a las hélices dorsales resultaba contraproducente y hasta mortal. Sir George lo pensó bien, no era cuestión de ponerse nervioso ; entonces se acordó del pequeño artilugio que a modo de reloj tenía puesto sobre la muñeca,levantó la tapa que cubría la esfera y descubrió una serie de diminutas palancas perfectamente alineadas que se apresuró a manipular para convocar a la barcaza aérea que lo sacaría de aquella absurda melé.

 Y la barcaza apareció ante mis ojos sustentada por dos grandes hélices laterales  que efectuaron un vuelo estacionario perfecto digno de un verdadero colibrí, y no de una cosa inventada por el hombre; luego abordé de un salto  aquella máquina que me llevaría lejos de esta lucha infausta que tanto había herido mi orgullo, y alimentaba mi necesidad de revertir aquello de algún modo”

Con estas palabras un poco rebuscadas, Sir George dio fin a las declaraciones que sirvieron de base para  que nuestro corresponsal en Hastings pudiera componer un relato más o menos fidedigno de la nefasta experiencia que le tocó vivir al baronet en aquella antesala del infierno.

Bristol en la Batalla de Chulmleigh.

    1-Anhelo de muerte.   George Rogers quería matar soldados ingleses.   Era un deseo primitivo y bestial, era como si hubiera nacido odi...