viernes, 6 de marzo de 2020

EL PARQUE


Era de noche cuando Xandor y yo divisamos el parque, éste lucía triste y desolado tal como lo vimos por primera vez hacía veinte años atrás. Realmente sorprendía la falta de ornato del lugar, y más que un parque parecía un pedazo de selva incrustado entre un montón de casonas y edificios modernos; pero a ambos nos gustaba que fuera así, de ese modo sabíamos que el objetivo de nuestra búsqueda permanecía a salvo de la curiosidad de los vecinos. 
No obstante, como contradiciendo ese olvido, todo el perímetro del parque aparecía 
iluminado por un circuito de postes de luz, nos acercamos sigilosamente a la abandonada caseta de vigilancia, Xandor iba adelante y pateó la puerta de la misma como queriendo sorprender al hipotético guardián que podía estar dentro. La puerta cedió fácilmente, y mi compañero empezó a buscar con verdadero tesón aquello que su memoria le exigía volver a tener entre sus manos. 

Me quedé en los alrededores, montando guardia, pero volví la cabeza cuando escuché los improperios que mi compañero había empezado a proferir en voz alta, entonces advertí como, en un súbito arranque de ira, deshojaba los viejos cuadernos de ocurrencias que había encontrado ahí, esparciendo aquellas hojas amarillentas en torno a la caseta como suelen hacer los recicladores cuando encuentran algo que no les sirve de nada, cuando salió de ahí, tenía las manos en los bolsillos y mucha ira acumulada en la mirada. 
— ¡Las cosas se han complicado! , lo que buscamos no está dentro de esa maldita caseta— me dijo bruscamente— Me siento como un tonto por haberme dejado llevar por un falso recuerdo, todavía mi memoria presenta lagunas, mientras estuvimos internados tuvieron tiempo de implantarnos mucha información falsa. 
Asentí, moviendo la cabeza afirmativamente mientras en mi mente se formaba la imagen de la sala donde los psicólogos humanos habían realizado el infame trabajo de convertirnos en seres como ellos, imponiéndonos estos nombres que no nos corresponden, después de despojarnos de toda la información contenida en nuestras mentes, amén de ponernos en situación de eterna cuarentena. 
— La mía está volviendo poco a poco, sin duda estar de nuevo aquí— exclamé mientras señalaba el parque que se extendía a mi alrededor — me está ayudando a recuperar mi memoria de largo plazo. Justo acabo de recordar qué cosa enterramos — le repliqué—pero todavía no estoy seguro si fue junto a esos árboles que están frente a la caseta que acabas de revisar, o más allá, al otro lado del parque. 
— Algo me dice que tienes razón — dijo Xandor —cerrando los ojos como si estuviera evocando lo que acababa de decirle, buscaremos donde dices. 
—Nos harán falta un par de palas— dije yo. Quizá podamos conseguir alguna dentro de las casas que rodean este parque. 
—No hará falta –replicó Xandor— he visto algunas de esas herramientas dentro de la caseta. Anda y saca un par de ellas. 
Puse manos a la obra de inmediato, y un rato después aparecí con las palanas que necesitamos. Le di una a Xandor mientras me dirigía hacía los árboles dispuesto a empezar a cavar; sin embargo mi compañero permaneció inmóvil, como si hubiera cambiado de idea. 
— ¿Qué te pasa?, ¿por qué no haces lo mismo que yo?— le pregunté un poco extrañado por su conducta. 
— Lo he pensado mejor, y creo que antes es necesario tener una imagen precisa de lo que sucedió acá antes que nos capturasen. Intenta recordar más, por favor. 
Dejé la pala junto a un árbol, y empecé a caminar en torno al parque buscando reconstruir mi memoria, a partir de la imagen de los elementos existentes, pues esencialmente el lugar seguía siendo el mismo, aunque el paso del tiempo había añadido algunas cosas nuevas, como los agujeros que aparecían aquí y allá, a Xandor también le llamó la atención eso, y tanto él como yo nos preguntamos silenciosamente que podían significar aquellos forados excavados en la tierra. La respuesta llegó cuando un individuo de piel grisácea y rostro asustadizo, surgió repentinamente de uno de aquellos agujeros; el tipo, que estaba casi desnudo, ni siquiera se dio cuenta de nuestra presencia, y corrió lo más rápido que pudo hacia el árbol más cercano, se detuvo ante él un momento, y empezó a miccionar. El tipo demoró varios minutos en vaciar su vejiga, y cuando terminó pareció interesarse en lo que había a su alrededor, entonces se acercó al sector del parque donde estábamos nosotros, y que estaba iluminado, la tenue luz que arrojaban aquellas farolas lo atrajeron como una polilla hacia el fuego; en ese momento nos vio, y el miedo se apoderó de él, induciendole a correr hacia el agujero del cual había salido para desaparecer dentro de él. 
—Qué individuo más extraño—dije yo— ¿de dónde vendrá? 
— Tal vez sea uno de los sobrevivientes de alguno de los bombardeos que se realizaron sobre este sector. Recuerda que la consigna era eliminar cualquier indicio de nuestra presencia sobre su propio suelo. 
Cerré los ojos y empecé a rememorar, en la oscuridad brillaba la luz, y se movía con agilidad, ensamblando imágenes dispersas por aquí y por allá hasta conseguir una imagen coherente, un recuerdo recuperado, casi perfecto, cosa que, en parte, me alegraba mucho. 
Xandor tenía razón, éramos demasiado, caímos sobre las ciudades de este mundo como una legión de ángeles expulsados del cielo, para usar una expresión que parece entresacada del libro sagrados que más circula en este planeta; pero no todos lograron aterrizar sobre áreas amplias y relativamente despejadas, algunos tuvieron la mala 
suerte de tocar tierra sobre sectores edificados, lo cual ocasionó no muchas bajas entre los nuestros y la población civil. 
Tuve ganas de decir algo sobre lo que acababa de recordar, pero guardé silencio pues consideré impertinente perturbar la búsqueda con esta triste evocación del pasado, y seguimos con nuestra ronda hasta que, en un momento dado, nos dimos cuenta del enorme cráter que hundía la tierra, justo detrás de los postes de luz, incrustado dentro de aquel agujero aparecía el deteriorado fuselaje de lo que había sido una de las cápsulas de salvamento que nos trajeron a este planeta. 
Xandor corrió hacia el borde del cráter, y por primera en todo el tiempo que teníamos en este parque lo vi alegre. 
—Anda trae las palas, aquí es donde debemos cavar. 
Obedecí, y no tardé mucho en traer lo que me había pedido, cuando volví encontré a Xandor parado frente a ese enorme agujero, con los brazos en jarras y mirando fijamente lo que sobresalía de la cápsula de salvamento que habíamos descubierto, me acerqué para entregarle la pala que le correspondía, él se dio cuenta de mi presencia y extendió su mano para recibirla, entonces se estableció una conexión entre nuestras memorias, y pude recordar el momento justo cuando los misiles de aquel crucero espacial terrícola tocaron nuestra nave en puntos vitales como el sistema de navegación y en el revestimiento térmico que la protegería cuando ingresase en la atmósfera del planeta; por ende, la nave quedó sin gobierno y empezó a hacerse pedazos por obra de la fricción existente en las capas altas de la atmósfera, pero mientras esto estaba sucediendo, los que pudimos abordamos las cápsulas salvavidas les ordenamos vocalmente que procedieran a la eyección, entonces las cápsulas se dispersaron rápidamente hundiéndose en el laberinto de nubes que se veía ahí abajo. 
—Basta de recuerdos— me espetó Xandor—alejándose bruscamente de mí. Tenemos que trabajar. Coge tu pala y ponte a cavar en los bordes del cráter. 
No dije nada, pues era obvio que no tenía sentido seguir recordando aquel episodio, lo que contaba era que dentro de aquella cápsula podríamos encontrar el sensor que nos ayudaría a dar con la base que nuestros congéneres habían montado en este sector del planeta. 
Y empecé a cavar en torno a la cápsula, mientras Xandor hacia lo mismo al otro extremo; ambos trabajamos en silencio, con la mente puesta en nuestro objetivo común, plenamente convencidos de que los terrícolas no se atreverían a molestarnos, pues andaban ocupados haciendo cosas más importantes para ellos que perseguir a dos humanoides desmemoriados. 
Estuvimos haciendo eso, hasta que Xandor me llamó como si tuviera algo importante que decirme, tire la palana a un lado, y acudí a su llamado. 
— ¿Qué cosa pasa?—pregunté anhelante— ¿Has encontrado algo? 
Por toda respuesta, me mostró un objeto cuadrangular y lustroso, parecido a esas cosas que los terrícolas usan para comunicarse entre ellos, al instante mi memoria reconoció el objeto que mi compañero sostenía en su mano. 
— ¡El sensor de posicionamiento!— exclamé— ¡Lo encontraste! 
Mi compañero asintió con la cabeza, pero siguió sin decir nada, realmente no era necesario hacerlo, tan solo comprobar si aquello seguía funcionando bien después de pasar tanto tiempo enterrado; por esa razón, Xandor limpió con la palma de su mano la pantalla de aquel objeto, y esperó un poco. Al rato, la pantalla se iluminó, era una buena señal, pues indicaba la operatividad del equipo recién recuperado. Xandor se concentró tanto en la tarea de buscar la ubicación de nuestra base que me dediqué a mirar el cielo como intentando encontrar entre las constelaciones, alguna que le fuera familiar a mi memoria. 
— ¡Lo tengo!— me dijo, en un tono triunfal, que me sacó de mi contemplación, ¡nuestra base se encuentra más cerca de lo que podríamos creer!— ¡Sígueme!— añadió autoritariamente. 
Xandor estaba más ansioso que yo, y se escabulló entre la espesura como siguiendo el llamado de un instinto despertado súbitamente. Impelido por su ejemplo, lo seguí contagiado de su frenesí, anhelando que nuestra búsqueda terminase. 
La oscuridad era nuestra enemiga, y encendimos las linternas para hallar un camino entre las sombras que ahí prosperaban. Los conos de luz otorgaron sentido a nuestro andar, pero espantaron a los animales que habían hecho su guarida allí, cientos de iguanas desaparecieron como por ensalmo apenas la luz tocó sus arrugadas pieles de reptil, como si ésta tuviera la propiedad de desintegrar los pequeños cuerpos de aquellos seres huidizos. Y aunque sabía que todas estaban a salvo, una parte de mi llegó a creer que realmente habían desaparecido. 
Xandor dio un grito de alegría cuando su linterna descubrió el maltratado monumento que consagraba aquel a la memoria de un coronel que, según se decía, había tenido el valor de dirigir su propio fusilamiento. Claro que eso podía ser una leyenda, pero no era cosa que nos interesaba averiguar en este momento. Lo importante era que habíamos encontrado la mejor referencia de que estábamos cerca de lo que andábamos buscando. 
La linterna de Xandor se enfocó hacia donde parecía mirar la cabeza de aquel busto, puesta sobre un pedestal maltratado por el tiempo, y entonces aquella parte del parque se iluminó súbitamente, como si una poderosa fuente de luz hubiese sido encendida. El brusco resplandor nos cegó momentáneamente, obligándonos a cubrirnos la cara con las manos durante un buen rato. 
No sé cuánto tiempo pasó, ni cuando apartamos las manos de nuestro rostro. Solo recuerdo la risa histérica de Xandor al darse cuenta que la luminiscencia de aquel sector permanecía vigente, estableciendo un claro límite entre el resto del parque y el lugar donde se había asentado la base, pero cuando lo hicimos aquel trozo de prado 
aparecía cubierto por un domo translúcido— sin duda, alguna especie de campo de fuerza— a través de la cual se podía percibir el masivo movimiento de cientos de siluetas inhumanas, que al principio no pude reconocer plenamente. 
Eso despertó mis sospechas de que algo raro estaba pasando; y súbitamente recordé la razón de nuestro éxodo. Éramos exiliados oriundos de las lunas de Júpiter y habíamos escapado de nuestros mundos de origen a raíz de la aparición de una vasta flota de naves venidas del Espacio Desconocido, y tripuladas por una raza de belicosos estiloides, que se dedicó intensamente a la tarea de destruir todo vestigio de civilización humana presente en aquellos satélites tan esforzadamente terraformados siglos atrás. 
Recordé que los reptiloides usaron armas fotónicas para vencer la tenaz resistencia de nuestros valientes milicianos, y bombas bacteriológicas para aniquilar a los colonos en sus propios hogares, pero estábamos preparados y nuestros convoyes ejecutaron un salto hiperespacial que nos situó sobre la órbita terrestre. Lamentablemente los cruceros terrícolas tenían órdenes de desintegrar cualquier nave procedente de los satélites contaminados, y eso fue lo que efectivamente hicieron. 
Recordé todo eso, y mucho más, y quise decírselo a Xandor para hacerle saber que estaba actuando con precipitación, pero su euforia era irrefrenable, y no pude contenerlo. Me derribó de un certero puñetazo en la cara y empezó a correr. Sin embargo pude incorporarme, y lo llamé, a viva voz, tratando de hacerle comprender 
que aquella base ya no pertenecía a nuestros congéneres. Además no había modo de que los sensores automáticos que controlaban el acceso al interior del domo le franqueara el paso, si desconocían sus datos biométricos. 
Todo lo que hice resultó inútil, y mi compañero continuó corriendo frenéticamente hacia lo que creía su meta, pero no pudo alcanzarla, pues los láseres que vigilaban el acceso al domo lo convirtieron en una sinuosa silueta de humo negro, que fue rápidamente dispersada por la brisa invernal, la tragedia ha durado poco, y las cosas vuelven a la normalidad rápidamente, 
Lentamente, y con tristeza, me alejo del parque donde mi compañero ha perecido desintegrado, víctima de su propia temeridad, pero su muerte ha servido de algo, pues ahora yo, el humanoide que los terrícolas llaman Graven, sabe quiénes son, y dónde están sus verdaderos enemigos. 

FIN 
Chiclayo, junio de 2013

1 comentario:

  1. Muy bueno, Rubén. El tipo de CF que más me gusta. Podría ser el punto de partida de una serie de historias que exploraran más a fondo la realidad que planteaste.

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