domingo, 15 de marzo de 2020

DEBACLE EN LOS TUNELES



Un extraño “cáncer” se va extendiendo a lo largo y ancho de la geografía  de Kent, y aunque lo que está pasando en aquella comarca no es precisamente una enfermedad, es como si lo fuera pues la nación ha perdido el pleno control sobre todo la región ,la cual ha involucionado hasta parecer una comarca incivilizada que evoca los tiempos previos a la conquista romana de nuestra isla.

Pueblos y ciudades han sido abandonados, las carreteras se han llenado de animales raros , vagabundos armados, pero eso no es todo pues los scouts del Royal Flying Corps han descubierto actividad alemana en esta zona ahora vedada para los súbditos comunes y corrientes.


Como nuestros lectores recordarán aquellos aviones fueron abatidos  sobre los acantilados de Dover por obra de los heroicos pilotos capitaneados por Sir George Summerscale, sin embargo las bombas que transportaban aquellos aparatos se estrellaron contra el mar, y se fragmentaron liberando una sustancia gaseosa y nociva que ha cubierto una franja de  la costa sudoriental de nuestra isla, la cual se extiende desde Dover al oeste y Folkestone hacia el este. De este modo, los condados de Kent han adquirido el aspecto de un día nuboso, triste y eternamente invernal que cubre aquella tierra antes verde.

Mientras tanto,  como era de esperar Sir George Summerscale y el grupo paramilitar que lo sigue se ofreció a solucionar el daño colateral provocado por esa acción heroica que le había ahorrado a Londres ser atormentada por un fuego tanto o más intenso que el del infierno.

La oferta de Sir George obtuvo inmediatamente el apoyo de la opinión pública, el baronet había demostrado poseer habilidad militar y los medios suficientes para formar una especie de ejército privado cuando la ocasión lo requiriese. 

Además los británicos de a pie  estaban convencidos de que sir George no solo estaría en condiciones de limitar la expansión de aquel “cáncer”, sino también de eliminar a todos los fenómenos originados a partir del mismo, y de paso también liquidar a los alemanes que habían conseguido infiltrarse en el territorio con evidentes intenciones de marchar hacia Londres y aprovechando la inmensa tierra de nadie que había surgido en el suroeste de Inglaterra.

Estando así las cosas, el gobierno de Su Majestad, le concedió luz verde a sir George para instalar un destacamento de sus fuerzas especiales en Canterbury y otro en Hastings con el propósito de contener el avance de las cosas raras que parecían brotar sin cesar del territorio ya conquistado por aquel funesto “cáncer” que parecía obrar con cierta inteligencia según lo revelaban los continuos vuelos de reconocimiento que se efectuaban cada vez que el “cáncer”  se le antojaba ponerse en marcha.

Durante su permanencia en aquellos frentes , los caminantes blindados de Summerscale y la infantería que le acompañaba  dieron y recibieron mucho, enfrentándose a toda clase de bichos y a una que otra patrulla alemana equipada de modo estrambótico, con máscaras y uniformes especiales, adaptados al extraño entorno en que se había  convertido aquel teatro de operaciones; sin embargo esas tensas tablas no satisfacían para nada a la opinión pública, ni al gobierno de su Majestad que estaba pagando para obtener resultados apreciables, y que exigía la aniquilación de los alemanes infiltrados y de las bestias por igual.

Apremiado por la presión, sir George partió desde un aeródromo de  Hastings en un audaz vuelo de reconocimiento cuyo destino final era sobrevolar el castillo de Dover, lugar donde se había instalado el hombre que manejaba los hilos de aquella extraña trama, según delación de uno de los soldados alemanes que había sido capturado en una de las tantas escaramuzas que se habían librado en los extramuros de Canterbury. El aterrorizado huno confesó antes de morir durante la tortura que sus camaradas habían conseguido infiltrarse en Kent merced a unos túneles secretos que desembocaban justo hacia la parte de los acantilados donde los triplanos germanos habían sido derribados. Asimismo,el alemán confesó el nombre del oficial al mando de esta operación especial planificada  por Estado Mayor de la Kaiserliche, se trataba del capitán de navío Peter Stiglitz.

 Con ese apellido en la mente y la ojos puestos en el paisaje se fue dando cuenta de la extensión del daño ocasionado sobre las otrora verdes campiñas de Kent ( que ahora lucían raídas como un campo de fútbol mal cuidado)  pero no solo fue testigo de la tanta devastación, también su aparato sufrió el ataque de algunas bestias voladoras con aspecto de saurios,las cuales se acercaron tal vez intrigadas por el ruido que hacia el motor del avión de reconocimiento; pero lo más grave de todo fue que esas abominables criaturas pretendieron derribar su aparato, apelando a sus picos aserrados para seccionarle la cola de un solo tajo;  por fortuna la buena puntería de su artillero de cola le libró de ser derribado sobre aquella tierra maldita.

Superado el incidente, el avión de Sir George sobrevoló uno de los grandes torreones situado en medio de los bastiones que conectaban la muralla semicircular que rodeaba el Castillo, y vio la silueta de un hombre vestido con un sobretodo negro que hacía juego con una bufanda gris que le envolvía un cuello del cual surgía un rostro blanco y bigotudo, tocado por una de esas gorras con visera que usan los oficiales de la Kaiserliche.

El hombre fue avistado justo cuando estaba moviendo sus brazos de aquí para allá en un paroxístico ejercicio de magia, casi era como si pretendiera darle órdenes a la naturaleza utilizando una pantomima agresiva  que escribía en el viento las delirantes órdenes que le dictaba su mente.. Para un observador externo aquel individuo no era más que la víctima de un trance desaforado al cual había que eliminar; por eso .el artillero de cola apuntó su Vickers contra el alemán y estuvo a punto de presionar el gatillo pero un súbito malestar invadió su cuerpo haciendo que olvidase, por el momento, sus intenciones asesinas.

Era el mejor momento para retornar a casa, y el avión de Summerscale volvió a Hastings, ahora el baronet  estaba seguro de lo que convenía hacer para erradicar aquella anomalía del suelo inglés, y empezó a planificar una operación contra el castillo, la cual tendría como objetivo invadir los túneles subterráneos que conectaba dicha construcción  con los acantilados de Dover. 

Para tal fin se precisaba de la colaboración de los destructores de la Royal Navy, para que prestaran su cobertura de fuego y sirvieran como plataforma de despegue  para los efectivos que tomarían por asalto las bocas de los túneles. Y es que los hombres de Summerscale llevarían a cabo semejante hazaña, premunidos de un equipo nuevo que pretendía superar el tradicional método del escalamiento con medios sacados de la nueva tecnología aérea que le había permitido al hombre volar. 

La idea del nuevo artilugio era bastante simple: todo consistía en introducir a un hombre dentro de un arnés metálico que lo unía a un motor de aviación, semejante interacción entre hombre y máquina era propulsada al cielo por una batería de cohetes que servían para asistir el despegue; una vez en el aire la hélice que brindaba tracción al binomio semi mecánico se ponía en marcha permitiendo al soldado elevarse hasta la altura donde las bocas de los túneles daban hacia el mar.

Los reconocimientos efectuados por los scouts de la Royal Navy indicaban que los alemanes habían descuidado la vigilancia de las mismas, porque consideraban improbable que a los británicos se les ocurriera asaltar los túneles mediante el viejo método de las cuerdas y las escalas. Sería demasiado costoso y fatigante para ellos.


Por eso cuando los “hombres hélice” de Summerscale, con el baronet a la cabeza, pusieron el pie sobre el suelo del túnel no esperaban ningún comité de recepción. Era imposible ocultar el ruido que hacía el motor mientras funcionaba, y eso no podía pasar desapercibido para las extraños bichos  que aparecieron ante sus ojos una vez que conectaron las linternas que tenían incorporadas en la cimera de sus cascos, a la par que apagaban los motores que los propulsaba, y las hélices dejaban de girar.

Eran pájaros picudos,de ojos redondos,  cuellos desnudos y patas fuertes y musculadas, su altura era mayor a la de un hombre promedio de pie, y estaban dotados de un cuerpo rechoncho pero robusto capaz de soportar el peso del ulano alemán que los montaba, el cual usaba una máscara que se integraba completamente con el casco de hierro rematado en punta que usaba como distintivo especial. Los ulanos se encontraban quietos y con las lanzas en ristre, listos para emprender su acometida en cuanto se les diese la orden de hacerlo.

Más tarde, cuando Summerscale evocó este episodio para narrarlo a nuestro corresponsal, confesó que no pudo evitar sonreír ante el aspecto tan freak que emanaba esa combinación entre un jinete y un pájaro corredor usado como montura, pero mayor gusto le daba saber que pronto aquellos bichos y sus jinetes serán pasto de las ametralladoras que se escondían dentro de unos cilindros rodantes terminados en cúpula que también habían sido equipados con hélices tractoras para permitirles volar como lo hacían el resto de los comandos que participaban en la incursión.

La batalla estaba servida, balas contra lanzas, ulanos contra hombres hélice, cosa más extravagante no podía verse y Summerscale nos confesó que tenía ganas de trocar la escena por algo más consecuente con estos tiempos: un montón de muertos tendidos en el suelo por obra de las balas. El baronet estaba a punto de dar la orden cuando los ulanos rompieron su formación y dejaron ver que detrás de ellos había una hilera de ballesteros con el ojo en la mirilla, el dedo en el gatillo y la rodilla apoyada sobre las rocas que formaban el suelo de aquel ambiente lóbrego y plagado de humedad.

Entonces llegó el momento de disparar, saetas y balas se entrecruzaron en el aire en pos de encontrar sus víctimas en el otro lado, y en efecto los proyectiles lo hicieron y los caídos empezaron a cubrir el suelo con sus cuerpos. Mientras los ulanos entraban en acción cargando contra los comandos  que pretendian abortar la misión volviendo hacia la boca del túnel desde donde se divisaba el cielo, el mar y la posibilidad de seguir vivos. Incluso hubo quienes saltaron al abismo , para luego activar el motor que les permitiría salvar el vacío, lamentablemente la maquinaria explotó haciendo de ellas pequeñas bolas de fuego precipitándose hacia el mar.

Sir George nos ha confesado que no pudo contenerse y que mató con su propio revólver a varios de aquellos cobardes que se estaban retirando por voluntad propia, mientras intentaba detener aquella debacle inesperada entre las fuerzas que tan esforzadamente había reunido , y que ahora se estaban desbandando ante aquellos hunos premunidos de lanzas y ballestas.

El desastre era evidente, es más las ametralladoras no podían ser empleadas adecuadamente debido a la estrechez del espacio disponible. Entonces, sir George comprendió que no quería acabar sus días traspasado por la lanza de ningún ulano, o el dardo de alguna ballesta germana.

Pero ¿cómo salir de aquella ratonera?  si apelar a las hélices dorsales resultaba contraproducente y hasta mortal. Sir George lo pensó bien, no era cuestión de ponerse nervioso ; entonces se acordó del pequeño artilugio que a modo de reloj tenía puesto sobre la muñeca,levantó la tapa que cubría la esfera y descubrió una serie de diminutas palancas perfectamente alineadas que se apresuró a manipular para convocar a la barcaza aérea que lo sacaría de aquella absurda melé.

 Y la barcaza apareció ante mis ojos sustentada por dos grandes hélices laterales  que efectuaron un vuelo estacionario perfecto digno de un verdadero colibrí, y no de una cosa inventada por el hombre; luego abordé de un salto  aquella máquina que me llevaría lejos de esta lucha infausta que tanto había herido mi orgullo, y alimentaba mi necesidad de revertir aquello de algún modo”

Con estas palabras un poco rebuscadas, Sir George dio fin a las declaraciones que sirvieron de base para  que nuestro corresponsal en Hastings pudiera componer un relato más o menos fidedigno de la nefasta experiencia que le tocó vivir al baronet en aquella antesala del infierno.

1 comentario:

  1. ¡Uno de los episodios más visuales y atrapantes de esta gran aventura!

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