1- Stefan Smigly se
impone una tarea.
Stefan Smigly había sido
escéptico la mayor parte de su vida, escéptico en cuanto a la existencia de un
mundo sobrenatural poblado con su propia flora y fauna como la Tierra que todos
conocemos, pero la presencia de aquella monstruosa criatura chupasangre le
había convencido que la existencia de esas quimeras era posible. Es más, había
visto una con sus propios ojos, y la sola presencia de esa cosa era prueba
suficiente que había logrado hacer el periplo interdimensional de alguna
manera, si es que no había nacido aquí mismo, como fruto de las manipulaciones
genéticas de algún sabio loco empeñado en competir con Dios.
Sin embargo, todo lo anterior era una especulación ociosa que se esfumaba cuando surgía la faceta pragmática del gerifalte polaco: esa cosa había tomado la vida de muchos de sus hombres, por ende, era un enemigo a vencer, y tenía que pensar en un modo de hacerlo. Su mente despierta y acuciosa no tardó en hallar un modo para luchar contra la cosa venida de quien sabe dónde y razonó que el enorme tamaño del ser le haría buscar alguna zona lo suficientemente boscosa para ocultar su colosal figura de la curiosidad de los masurianos, pero bastaría invertir unas cuantas monedas doradas para conseguir información precisa sobre la ubicación del objetivo, una vez hecho esto se procedería a narcotizar antes de volarlo en mil pedazos con las minas que su equipo de zapadores colocarían debajo de la criatura dormida. Aquel plan se perfilaba como perfecto, y Smigly se estremeció de placer cuando se le ocurrió, incluso llegó a creer, por un instante, que las cosas le habían salido a pedir de boca con solo pensarlas.
Nada más lejos de la
realidad, tendría que acopiar recursos y optimizar esfuerzos para alcanzar esa
meta soñada en medio de la tranquilidad que imperaba en su puesto de mando, ahí
en el vagón principal de su reino sobre rieles.
Por todo eso, ambas
tareas se presentaban bastante arduas, y se presentaban como verdaderos retos
para la logística que normalmente desplegaba la banda paramilitar que tripulaba
aquel tren blindado, pero tampoco era cosa imposible de lograr. Todo podría
solucionarse con el dinero que le enviarían sus misteriosos patrocinadores
transatlánticos, era cuestión de escribir una carta, informar sobre la
situación con cierto realismo para parecer coherente, y recibiría en su
cuenta los recursos que se precisaban
para ejecutar la operación en contra de aquella quimera maldita. El dinero
serviria para contratar más hombres, comprar explosivos en el mercado negro,y
fabricar un par de gigantes mecánicos a una fábrica de armas de Bohemia.
Por supuesto, sus amos
trasatlánticos nunca sabrían nada sobre el monstruoso animal que había herido
el orgullo de esos patriotas, es más Smigly había prohibido celosamente a sus
allegados que filtraran información sobre la misma. Nadie creería en su
existencia si es que no lo hubiera visto con sus propios ojos, como lo habían
hecho aquellos desdichados mercenarios, en cuyas mentes retumbaban los extraños
jadeos que emitía la criatura mientras se alimentaba de la sangre que corría
por las venas de su víctima, y ésta clamaba a voz en cuello, y se retorcía de
dolor sostenida por aquel vigoroso tentáculo inmisericorde que cuando terminaba
de alimentarse, arrojaba un cuerpo sin vida al suelo, para ir en pos de otro.
Era difícil huir de esa
cosa, por más que el sentido común aconsejara escapar, la quimera parecía
disponer de alguna clase de influjo telepático capaz de crear un estado de
estupefacción en sus potenciales víctimas, pero lo peor no era precisamente eso
(pues los directamente afectados ya estaban muertos) sino aquellos que se
habían sobrevivido sólo para caer en un estado de melancolía y depresión que,
en cierto modo, los incapacitan para la guerra que se estaba librando en las
frontera occidental de Polonia.
Por tal motivo, se le ocurrió mandar construir
gigantes mecánicos para proteger a sus soldados de los poderes desencadenados
de aquella aberración teratológica, a la cual se había impuesto la misión de
borrar de la faz de la tierra. Aquellos gigantes, los zapadores y las minas
subterráneas se bastarían para vaporizar a la quimera, y tal vez al demente que
la controlaba. Aquella era la intención y el pleno deseo del gerifalte polaco.
2- Montague Sommers recibe
una carta.
El padre Sommers era un
ávido investigador del mundo sobrenatural, y tenía agentes repartidos a lo
largo y ancho de Europa, los cuales eran
remunerados por el clérigo a cambio de que lo mantuvieran al tanto de
cualquier suceso curioso que estuviese dentro de aquel campo de interés. La
remuneración iba en función a la calidad del informe remitido, una calidad que
obviamente solo el propio Summers estaba en condiciones de juzgar.
Por tal motivo, le
resultó interesante el suceso que narraba esa carta enviada desde Gumbinen,
allá en la Prusia Oriental; en la misiva se le comunicaba la repentina
aparición de una criatura pesada y colosal que tenía hábitos alimenticios
bastante parecidos a los de un vampiro. El remitente era Tadeusz Lubienski, un
patriota polaco cuya necesidad de dinero le había hecho sentar plaza como
soldado en la hueste del gerifalte Stefan Smigly, de forma milagrosa Lubienski
había sobrevivido a la carnicería perpetrada por la maldita bestia entre sus
compañeros.
Como era de esperar,
antes de remitir el pago, el padre Sommers solicitó pruebas fehacientes de lo
consignado en la misiva, y Lubienski le envió nada más y nada menos que un
rollo de película sustraído de la filmoteca particular de Stefan Smigly, el
gerifalte del tren blindado.
Ya vería el modo para
conseguir viajar hacia esa zona, ahora estremecida por los movimientos de las
tropas rusas y alemanas. El Gran Duque Nicolás, el comandante supremo de las
tropas zaristas había prometido a su soberano que el paso del “rodillo ruso” a
través de los bosques y lagos de la región sería rápido, pues aquella comarca
sería tan solo una escala en el camino hacia Berlín. Ahora su mente estaba
abocada en la búsqueda de una estrategia que le permitiera acercarse a esa
criatura tan peligrosa como interesante.
Se le ocurrió que sería
necesario premunirse de una especie de torre de asedio blindada para poder
acercarse a su objetivo. No sabía si la idea resultaría practicable o no, pero
estaba dispuesto a probarla él mismo sobre el campo. Claro estaba que tendría
que equiparla con alguna clase de arma y capacidad de movimiento, un asunto de
diseño del cual se ocuparían los ingenieros que trabajaban en las fábricas de
armas de Bohemia, y podía permitirse el dispendio de pagar un prototipo de su
propio peculio.
Las ventas de su anterior libro sobre
ocultismo habían ido bastante bien, y su editor había puesto en el mercado una
segunda edición; quizá sería una buena idea aprovechar el momento para viajar a
Alemania y negociar directamente la traducción de su obra con algún editor
alemán, todo eso mientras Inglaterra todavía era neutral, y no metía en
problemas a sus propios súbditos en los países del continente, los cuales
empezaban a movilizarse para la guerra que ya estaba en curso. O mejor aún
ofrecer sus servicios como corresponsal de guerra a alguna gaceta alemana, de
ese modo podría tener acceso directo al campo, y por ende a la terrible bestia
gigante.
3- Wilhelm Stiglitz secuestra
al general Samsonov.
Herr Stiglitz no estaba a
favor de ningún bando, ni los prusianos ni los rusos despertaban simpatía
alguna en su corazón mercenario, pero no podía pasar el tiempo sin hacer nada.
Era el amo de una bestia formidable, y se le ocurrió que si demostraba un poco
más todo el daño que podía hacer bien podría llamar la atención de algún
potentado que pudiese financiarle la construcción de un nuevo airship que
sería completamente suyo, sin que tener que sufrir la autoridad del tiránico
George Summerscale, a quien le deseaba una prolongada estancia en el peor de
los infiernos.
Pese a encontrarse relativamente aislado en un bosque masuriano, Stiglitz permanecía al tanto de las noticias bélicas, y sabía que los rusos habían lanzado una potente ofensiva que los había hecho ocupar la ciudad prusiana de Allenstein, pero los ejércitos del Kaiser habían emprendido la contraofensiva, y estaban movilizando a sus ejércitos empleando los ferrocarriles para compensar su inferioridad numérica con la rapidez de su despliegue. Más hacia el sur, el Segundo Ejército Ruso al mando del general Samsonov se interna en Masuria con el propósito de apoyar el avance de las tropas que han tomado Allenstein, sin embargo, el general zarista se desplaza prácticamente a viva voz, sin tener al menos la precaución de encriptar adecuadamente sus comunicaciones, por ende, los alemanes se enteran de sus planes inmediatos, y Stiglitz también; pues el aprendiz de gerifalte tenía interceptada la red alemana.
Stiglitz no pensaba hacer
un favor a nadie, su plan era ponerse en medio y lograr un beneficio por su
inesperada interferencia. Y para ponerse en medio, se le ocurrió que lo mejor
sería secuestrar al generalísimos ruso y alemán, de ese modo conseguiría
desconcertar a ambos bandos dejando a miles de soldados sin dirección alguna,
lo cual podría significar someter a la región a un caos más terrible que el
derivado de una simple batalla campal.
Ahora bien, considerando
las cosas desde el punto de vista geográfico era mucho más sencillo, para
Stiglitz, echarle mano al mandamás ruso que al alemán. La bestia que seguía sus
órdenes era demasiado grande para ejecutar esta misión, así que lo mejor sería
enviar un fragmento de aquella cosa al cuartel general de Samsonov. Por tal
motivo, Stiglitz toco con fuerza un pequeño tambor haitiano que siempre traía
consigo, desde sus tiempos pasados en el Caribe. El objeto fabricado en el
trópico tenía la propiedad de conseguir la separación parcial de aquella masa
colosal por un lapso de tiempo determinado por el propietario del mismo.
La porción enviada
cumplió su cometido a la perfección: asustó a los caballos, mató a los cosacos
que osaron enfrentarla, y no cedió a la tentación de chuparles la sangre porque
la misión no admitía retrasos, ni exceso alguno, solo tenía que capturar al
general y llevarlo sano y salvo hasta el refugio boscoso donde Stiglitz pensaba
como apoderarse de la persona de Paul von Hindenburg, el general que el Kaiser
había enviado a Prusia Oriental con el propósito de frenar la invasión de las
hordas eslavas.
Stiglitz acogió con
cierta alegría la llegada del general ruso a su improvisado refugio, pues el
eslavo significaría una compañía un poco más interesante que sus propias
elucubraciones.
4- La torre de asedio de
Sommers se encamina a enfrentar a la Cosa Tentacular.
Sin quererlo realmente,
Sommers terminó convirtiéndose en un gerifalte más como aquellos que hacían la
guerra al mejor postor. Era el amo de aquella torre alta y portentosa, dividida
en cuatro pisos que albergaban potentes piezas de artillería de grueso calibre,
hechas en Bohemia, y múltiples ametralladoras Maxim que completaban aquel
majestuoso complejo artillero que no se veía desde los tiempos de los
imponentes navíos de línea que habían luchado en Trafalgar y Navarino. La torre
se movía mediante una maquina de vapor, y prueba de ello era la delgada
chimenea tubular que coronaba la estructura semoviente.
Era una sensación
diferente, estaba al mando de la vida y de los destinos de los hombres que
tripulaban la torre, no era lo mismo que investigar textos escritos por otros,
para recopilarlos con el fin de que apoyaran las ideas que en ese momento tenía
en la mente. No, lo que estaba haciendo era una aventura, algo que podría
contar en su libro no como un hecho más, sino como el tema principal del mismo.
Ahora estaba en busca de
la cosa, los informes indicaban que se ocultaba en alguna parte del frondoso
bosque masuriano. Los aldeanos denunciaban la perdida de sus animales, y de sus
perros guardianes, y se sentían desprotegidos ante la amenaza que representaba
para sus bienes la presencia de aquella cosa rara suelta por ahí.
La torre de asedio se
desplazaba lentamente a través de la llanura masuriana, con los cañones listos
para descargar sus proyectiles sobre la Cosa Maldita, pues a estas alturas a
Sommers le interesaba más convertirse en un héroe para el pueblo polaco, que en
conseguir material para sus libros. Sin duda, el espíritu de Marte, el dios de
la guerra se había apoderado de su persona.
Antes de lanzar a sus
grandes y costosos golems contra la Cosa Tentacular, Smigly había previsto que
un equipo de zapadores sembrara minas debajo de la monstruosidad que tantas
bajas le había causado a la tripulación de su tren blindado. Se trataba de apostar
sobre seguro, y no perder hombres en el intento. El gerifalte era consciente de
que si perdía demasiados hombres no podría reclutar suficientes reemplazos para
completar su tripulación diezmada porque en cualquier caso la vida era más
valiosa que todo el dinero que su pudiera acopiar mientras durase la
existencia. El túnel se cavo recurriendo a personal reclutado entre los mineros
que trabajaban en la extracción de la ozoquerita allá en las minas de Galitzia,
el plan preveía que cuando la mina hiciera explosión, unos grandes cañones,
situados convenientemente cerca del objetivo, abrieran un potente fuego de
cobertura mientras los golems iniciasen su maniobra de aproximación para
rematar a la bestia herida.
Las cosas marcharon a
pedir de boca, desde el punto de vista de Smigly, hasta que la explosión se
produjo, y la tierra tembló durante un rato. Cientos de árboles fueron
arrancados de cuajo del suelo al cual estaban aferrados, y un espeso hongo de
humo cubrió la escena durante un momento, sembrando la esperanza en el corazón
del gerifalte polaco de que la ciencia hubiera triunfado sobre la superstición.
Sin embargo, por causas desconocidas
la artillería no abrió fuego, y los golems entraron en acción, librados a sus
propias fuerzas como los jinetes que ejecutaban las antiguas cargas de
caballería, solo que esta vez Smigly no enviaba húsares con la espada
desenvainada, sino una especie de “caballeros mecánicos” armados con
ametralladoras y grandes estoques dispuestos en ambos brazos para cuando fuese
necesarios un contacto más cercano con la carne de la bestia.
El avance se hizo a
través del humo generado por la explosión, lo cual dificultaba a los pilotos el
campo de visión necesario para comenzar a disparar, pero cuando la visibilidad
se hizo posible no vieron nada en medio del tremendo cráter que se había
formado ahí donde había estallado la mina. Por un momento, los tripulantes de
los golems creyeron que la potencia de la explosión había bastado para
vaporizar a la bestia.
Sin embargo, cuando
bajaron a inspeccionar el terreno no hallaron el menor vestigio orgánico ahí
donde había ocurrido la explosión., más bien se dieron cuenta de que no estaban
solos, y que una torre semoviente parecía vigilarlos desde la otra orilla del
cráter, con cuatro hileras de bocas de fuego apuntando contra ellos como la
artillería de un viejo navío de vela.
¿Acaso tendrían que
enfrentarse contra un nuevo gerifalte contratado por quien sabe que amo?
Los pilotos volvieron a
sus máquinas dispuestos a enfrentar el combate que se avecinaba.
Interesante imaginar como acabara esta saga de historia alternativa. Podra esperarse que haya un libro?
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