viernes, 17 de enero de 2020

6.Y CASANDRA SINTIO LA SOMBRA DE LA MUERTE




Casandra  abrió la boca y profirió un prolongado alarido de terror  que habría llamado la atención de unos solícitos vecinos, o de cualquier transeúnte, si las reglas del doctor Syford hubieran permitido la presencia de tales individuos en las inmediaciones del sanatorio selenita.

Pero Casandra no había pensado en nada de eso cuando empezó a gritar, su intención era distinta, y apuntaba a liberarse de la tensión que la estaba agobiando.
No sabía cuánto podría soportar la situación presente, pero tenía claro que estaba en sus manos hacer algo contra aquella insidiosa criatura globular que parecía disfrutar las sucesivas crisis de pánico que le estaba provocando.
O tal vez creyó que la potencia de sus gritos conseguiría debilitar el  nuevo ataque que el Innombrable había lanzado contra su mente.
Pero si esa era su intención no acertó en su propósito,   pues aquella especie de “ojo” dotado de la facultad de levitar, ni siquiera se inmutó; más bien enfocó contra ella el diminuto orificio oscuro, ubicado en su centro, el cual se dilataba o contraía a voluntad, como si estuviera absorbiendo energía del entorno.
Casandra quedó estremecida ante el influjo de ese poder, pero todavía no estaba inerme ante él, era una lucha mente a mente comparable a una de esas ordalías que eran capaces de definir el curso de una batalla.  Y estaba decidida a luchar mientras estuviera ilesa, y  le quedara un ápice de voluntad para hacerlo.
Sus manos estaban iracundas, deseosas de causar daño, y a eso se abocaron. Tenía claro que no podía abatir a manotazos a la criatura globular, es más imaginó que sería más placentero atrapar aquella cosa con sus manos para comprimirla entre sus palmas y convertirla en un amasijo de carne y sangre.
Sería un triunfo magnifico, pero desgraciadamente jamás saldría del ámbito de su  imaginación, aunque  resultaría un buen tema para hacer un dibujo sí conseguía salir de esta pesadilla.
 El Innombrable era demasiado poderoso para enfrentarlo solo con la furia contenida en sus puños desnudos, pero lo que si podía hacer era atentar contra aquel dibujo contenido en el libro que su antagonista había conseguido infiltrar en su biblioteca.
Por eso arrancó la hoja del libro donde estaba insertada, y la deshizo en menudos pedazos que cayeron como una lluvia de confeti  sobre el aséptico suelo de aquel recinto.
De pronto, se sintió un poco cansada por el esfuerzo que había hecho y sus gritos cesaron abruptamente, en ese instante Casandra entrecerró sus ojos y ensayó un nuevo intento por echar fuera de su campo visual aquella horrible cosa de aspecto esférico, pero sus párpados ya le pesaban tanto que no pudo evitar cerrarlos por completo.
Y el sueño se apoderó de su cuerpo, sembrando en la oscura noche de su mente imágenes nuevas, insospechadas, que resonaban como ecos de un mundo perdido,  que inexplicablemente habían vuelto a aflorar.
Se encontraba sentada ante una enorme biblioteca que se extendía por las cuatro paredes del recinto, ella se encontraba en medio de estos anaqueles, sentada en un sillón giratorio que no cesaba de dar vueltas, aunque a una velocidad moderada para que sus ojos tuvieran tiempo de examinar los títulos de los textos que contenía cada uno de aquellos anaqueles.
Para facilitar el proceso, las filas de libros iban descendiendo de los anaqueles superiores hacia los inferiores y así sucesivamente por efecto de la gravedad Aquel trasiego  solo se detendría cuando los ojos de Casandra determinaran que libro debería ser extraído de la biblioteca para que ella empezara a leerlo.
De ese modo cientos, o quizás miles de libros descendieron de arriba hacia abajo para terminar en el fondo de alguna olvidada catacumba, y no tanto porque Casandra estuviera indecisa, sino porque el Innombrable no deseaba que leyese cualquier cosa, sino algo que él había preparado específicamente para ella, pero dejando de lado la naturaleza del texto, Casandra sabría cuando esto tendría que ocurrir pues  en algún momento los libros cesarían de caer, y la silla que ocupaba terminaría deteniéndose.
De pronto, un destello luminoso se desprendió de uno de los libros que se encontraba en curso de descender ; y Casandra comprendió que por medio de esa señal el Innombrable quería indicarle que ese era el libro que debía leer.
 Casandra posó su mirada sobre el lomo del libro así iluminado, haciendo que éste se apartase del resto para descender planeando y con las tapas abiertas rumbo a sus manos, cuando tuvo aquellas páginas ante sus ojos, estos pusieron a leer los párrafos ahí impresos a un ritmo inaudito, absorbiendo la información con una avidez que en el fondo no sentía.
De ese modo, Casandra  leyó la descripción  de un asesino que anunciaba a su víctima que la mataría por medio de un relato que necesariamente tenía que leerse hasta su conclusión para que esto ocurriera.
Casandra estaba haciéndolo, avanzando inexorablemente hacia el final, sin que sus ojos pudieran detenerse porque eso estaba fuera de su voluntad. El proceso se había desencadenado, y no cabía retroceso posible; así las palabras fueron trocándose en imágenes, las cuales irrumpieron en su mente para transformarse en sensaciones, una cadena de concepto, imagen y acción que solo podía desembocar en un océano de puro dolor.
En ese instante, su instinto la indujo a abrir los ojos, quizá de manera inconsciente, en un intento por interrumpir aquella cadena de ardiente sufrimiento; por desgracia la artimaña no surtió efecto, y se topó cara a cara con una realidad ciertamente abominable.
Ante ella se encontraba el asesino cuya descripción había leído antes; se trataba de un humanoide envuelto  de la cabeza a los pies con una armadura hecha a base de placas flexibles de color esmeralda; cuyos ojos parecían un par de rubíes ávidos  de sangre, por efecto del color de los cristales que cubrían las mirillas del yelmo que cubría su faz por entero. No tenía idea de cómo había conseguido infiltrarse, si era un holograma o una emanación psicoplástica procedente del criatura globular que había invadido su espacio, aunque a la larga eso importaba poco, porque la amenaza que se cernía sobre su integridad era plenamente real.
Pero Casandra prestó más atención al zumbido de la espada sierra que el asesino blandía y cuya empuñadura sujetaba con ambas manos dispuesto a asestarle el mandoble que podría partirla en dos acabando realmente con su vida, apagando de golpe su capacidad para plasmar realidades más allá de los miedos que le estaban haciendo sentir.
Y el sonido proveniente de aquella cadena dentada la estremeció para beneplácito del Innombrable que la estaba atormentando.

1 comentario:

  1. El trastorno de Casandra se ha tornado más fantástico en su reclusión; por ahora sigo pensando que es todo producto de su imaginación pero quizás los próximos relatos me demuestren otra cosa. Este final abierto es inquietante.

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