viernes, 7 de febrero de 2020

CUADERNO DE REQUIEM

Cuaderno de Réquiem
31 de diciembre de 2099
Deambulo para matar el tiempo. Las horas pasan con lentitud exasperante, aunque solo faltan un par de ellas para el arribo del Año Nuevo; sin embargo todavía estoy a tiempo para retornar a mi casa, y enfrentarme con el extraño dilema que dejé sin resolver. Mientras vuelvo, contemplo la euforia que invade a los celebrantes, sin duda todos tienen las manos puestas en terminar la confección de los muñecos que se consumirán en la hoguera del Año Viejo; en ese instante el transcrono que llevo implantado se activa arrastrándome suavemente hacia mi pasado: ahora me encuentro ante una escena similar, y veo como el incendio ha consumido a todos los muñecos colocados a través de la avenida que vengo recorriendo.

A mi alrededor la gente se aglomera para solazarse con la paulatina destrucción de aquellos emblemas del pasado, no obstante la vigencia del instante resulta efímera pues el fuego casi ha declinado, reduciéndose a una copiosa humareda que emerge de los vestigios que alimentaron la combustión. Inesperadamente, la visión se interrumpe y soy devuelto fatigado al presente pues el dispositivo detectó mi intención de intervenir en el pasado; sin embargo sumergirme en aquel recuerdo ha traído a mi consciencia una pregunta que me ha acechado desde que empecé a dictar las palabras de este diario a mi ordenador. ¿Qué ocurrirá conmigo cuando arribe la medianoche? Por desgracia,  no dispongo de medios para responder esta pregunta, mi transcrono solo puede enviarme a las zonas más añoradas de mi pasado, en cambio le está vedada la prospección del futuro, pero puedo decir que permaneceré ajeno a la estúpida alegría que comparten todos los ciudadanos de este planeta.
Poco a poco, voy dejando atrás los atildados edificios que componen la arquitectura del Distrito Central, para internarme en un territorio situado más allá del puente para peatones que separa este distrito de las zonas periféricas; es obvio que la lentitud de mis pasos delata mi embelesamiento ante el olor que emana de la pólvora recién quemada, una acritud que también impregna el aire de las paupérrimas calles de este sector periférico. Al mismo tiempo, una andanada de cohetes levanta vuelo desde la acera trazando sinuosas estelas sobre el tapiz de la noche, al rato el cielo se cubre con una serie de rutilantes destellos que subrayan la muerte del proyectil sobre el firmamento de diciembre.
De nuevo, la sugestión de aquel episodio pone en marcha el transcrono ,llevándome hacia un momento análogo del pasado; y vuelvo a ser un niño ocupado en la tarea de enviar un cohetón al cielo, en mi pensamiento solo hay lugar para la diversión que me proporciona hacer eso; de hecho la emoción de apuntarlo  contra el firmamento me hace sentirme parte de un todo, pero cuando el proyectil ha estallado experimento algo parecido a la nostalgia de un sueño quebrantado por el despertar, y advierto que todo ha sido efímero. Tan solo el sondeo del transcrono me permite recuperar aquellos minutos que revivo complacido.
Sin embargo más allá de este ejercicio, las circunstancias de la vida me obligan a moldearme a ella, limpiándome de los recuerdos que no me dejen mirar hacia adelante. A pesar de la felicidad que me embarga, todavía me queda espacio para plantearme una duda ¿Será posible contemplar el futuro mediante algún artilugio como el que llevo implantado? Claro que sería formidable que la tecnología dispusiera a disposición de sus usuarios una manera de plasmar el devenir favorable de las cosas, pues el futuro es la materia más dúctil de la dimensión que llamamos tiempo. Lamentablemente mi especulación no pasa de ser una fabulación exquisita, pues por el momento no podemos llegar a tanto, en vez de eso, sería aconsejable —me digo— un reajuste aquí para provocar un cambio más allá y encaminar los acontecimientos por senderos menos inexorables; sin embargo comprendo que para llegar a ello tendría que dejar de lado las fricciones conmigo mismo.
Comprobar mi impotencia provoca una sombra de duda que termina entristeciéndome pues se trata de un fenómeno demasiado complejo cuya evolución resulta difícil de pronosticar. Lo dejo allí: mi cabeza está cansada de tantas borrascas estériles, pero ahora no hay tiempo para seguir divagando y debo marcharme de este paisaje del ayer, tan repleto de espectros alegres, pues no resulta saludable permanecer aquí, convertido en el centinela de mi propio pasado. Y así, el transcrono me devuelve al presente dejándome a escasos metros del edificio donde estoy viviendo. La mortecina luz de un farol arcaico me permite divisar la ominosa figura de un buitre que escarba pacientemente entre los desperdicios acumulados; me acerco, y el ave se asusta como si temiera una agresión de mi parte. Pero no pretendo hacerle año, mi intención es otra y en ella no hay lugar para esta miserable ave. A paso raudo rodeó el charco de inmundicia del cual se alimenta el carroñero, y me acercó impetuosamente a la puerta de vaivén del edificio donde vivo, enérgicamente empujo la puerta, y el ruido vuelve a la vida a un hombrecillo calvo y cariacontecido que se incorpora bruscamente esgrimiendo un revolver, pero al reconocerme depone su actitud defensiva, y me saluda preguntándome que tal me ha ido durante mi paseo. Le respondo evasivamente, y me escabullo huyendo del lazo que me tiende su conversación, dirigiéndome hacia las escaleras, pues siempre he desconfiado de los ascensores.
 Las gradas se suceden unas a continuación de otras, y cuando menos lo espero me encuentro ya en el tercer piso, recorriendo el pasillo en el cual se encuentra la puerta que encubre todo mi dilema, sin dificultad ubico mi puerta entre todas las demás, sirviéndome de la escasa luz que ilumina el ambiente, finalmente consigo situarme frente al Identificador, y extraigo mi diestra del bolsillo de mi casaca para introducirla en las fauces de aquella cálida concavidad que gentilmente me solicita cumplir con la rutina. Desconfiando, pues nunca me he fiado de la sabiduría de estos dispositivos biométricos, pongo mi mano en el lugar que se me pide; al rato siento como mi extremidad queda totalmente envuelta por aquella radiación que indaga la identidad de mis células; para fortuna mía ningún indicio de cáncer permite que el Identificador se confunda, pues si eso llegara a suceder el dispositivo no vacilaría en mutilarme. Conjurado el peligro, escucho como la cerradura de la puerta gruñe levemente como si fuera una pequeña fiera, casi puedo sentir como su resistencia cede ante el empuje de mi ansiedad. Y luego tengo ante mí una puerta abierta de par en par, que apenas permite que la débil luz del pasadizo desgarre el seno de aquellas tinieblas.
Bajo esa luz, el recinto se asemeja a un lugar más propio de este mundo, y distingo claramente el aspecto de los objetos que permanecen allí; por ejemplo, frente a mi puedo distinguir los contornos del ordenador en cuya memoria se conserva la versión definitiva de mi diario. Ha llegado el momento, me digo, de enfrentarme a la pantalla que espera recibir mis palabras. me acerco a éste, aunque confieso que la funda que recubre el monitor le confiere un aspecto siniestro que me hace pensar en la cabeza de un guillotinado: de pronto se me ocurre que esa cabeza es la mía, y que me encontraré a mí mismo apenas le quite la funda al monitor, es más cuando me siento ante el ordenador percibo como si algo redivivo estuviera moviéndose dentro de aquellos pixeles, como si ese algo empezara a despertarse en este momento. Sobre la pantalla empiezan a desfilar las palabras que mi compulsión me induce a digitar como una infinita procesión de pensamientos que se aglutinan hasta adquirir la entidad de un párrafo. A continuación traslado al formato vocal, lo que acabo de escribir, mi intención es que el ordenador registre esta información y la incorpore al cuerpo total del diario; doy la orden y la unidad de memoria empieza a modular con su voz metálica las palabras que he conseguido hilvanar.
“23,30 minutos de la Noche de San Silvestre.”
“Resulta extraño archivar el pensamiento, y trabajar esforzadamente sobre la memoria acumulada a diario para darle curso nuevamente apelando al transcrono. Este modo de reciclar los recuerdos para brindarles  una frágil vida virtual solo me sirve, lo sé, como un caro placebo a mi exagerada nostalgia por el pasado; aunque si lo vemos de otro modo podría significar la existencia de un ser anexo, de un alter ego, que oriente una fracción de su propia conciencia. Alguien, podría decirse, superior a su asociado mortal, y al que invocamos cada vez que leemos lo escrito; eso esclarece, al menos para mí, que existe una diferencia sustantiva entre el autor y el texto que debe asumirse con cierta cautela; si esto no se comprende así la disociación empezaría a hacerse evidente. He advertido esto después de releer los párrafos más antiguos de este diario, pero resalto todavía más cuando revisé los textos correspondientes a los meses recientes; me pregunto si la crisálida que fui en aquel tiempo ha culminado su metamorfosis. En este momento no aflora de mi ninguna palabra, casi como si temiera evocar una realidad patente, alejada de cualquier metáfora.”
Aterrado por este descubrimiento me alejo del teclado: saberme atrapado dentro esta paradoja detiene la singladura de mis dedos, ahora temo develar un secreto aciago que pueda destruir la conexión que todavía me vincula con esta orilla dela existencia. La pantalla recibe angustiada mi mirada con su resplandeciente indiferencia de objeto inanimado, sin embargo fulge como una estrella cercana, suspendida en la oscuridad más próxima, casi como si aquellos destellos pretendieran cegarme. Por esa razón me alejo de la pantalla, y me obligo a contemplar, a media distancia, el párrafo inacabado, despojado del contexto que lo armonice y le brinde sentido.
 Desde su silencio, aquellos signos me exigen que le otorgue vida plena, y me parece oír al homúnculo de Frankenstein farfullar desde aquellas palabras nonatas. Desde afuera se filtran los ruidos de fiesta de Fin de Siglo, como si de repente se hubiera desatado una guerra contra el pasado: hay que aniquilar lo viejo, y despojarse de los recuerdos para renacer cínicamente. Tal es la filosofía que anima la efeméride que invade la urbe, y todo el planeta, a través de la Red, comparte tal sentimiento. La música y el fuego pretenden consumir las eternas ruinas, mientras en mi interior se produce cierta desazón que me lleva a desconectar el transcrono, pues siento que ya no lo necesitaré más. 
Algo en mi se ha sublevado contra el jolgorio general que llega hasta mis oídos induciéndome a regresar al sillón que abandoné porque siento que es mi deber lidiar con el párrafo que dejé inconcluso sobre la pantalla del ordenador .Emprendo la tarea, y vuelvo a digitar de nuevo, ahora las oraciones fluyen con facilidad cual un dócil rebaño que se agrupa en una sintaxis perfecta y única ,ahora puedo leer claramente mi próximo destino, pues aquella revelación que siempre eludí, me contempla con diabólica ironía desde la pantalla. Ahora siento como un poderoso estimulo eléctrico empieza a transmitirse de neurona en neurona hasta llegar a mi cerebro, y de repente advierto la presencia de aquel vórtice de fuego que parece arrasar la Tierra. 


De golpe, mi cerebro se comprime, y los hemisferios se juntan, mezclando todas las tendencias, desapareciéndolas al fin; y luego mis nervios estallan impelidos por el cauce de las llamas que percibo debajo de mi epidermis inflamada. Soy una nova a punto de colapsar, y mi piel ya no resiste la tensión, el ascenso de las lenguas de fuego que me envuelven cual tentáculos quiméricos. El dolor se expande por toda mi anatomía, pero nadie escuchará mis alaridos de muñeco herido. Y la combustión seguirá avanzando hasta consumirme por completo, mientras mis dedos parecen todavía danzar sobre el teclado ennegrecido. Pronto seré un puñado de ceniza reposando sobre un sillón, y todos mis recuerdos habrán partido conmigo.
FIN

4 comentarios:

  1. Un relato poético con un cierre impactante. ¡Muy buen trabajo!

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  2. Muy buen relato, me ha gustado mucho la narrativa. Y a pesar del final no lo encuentro triste, creo que su muerte fue su libertad.

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  3. Muchas gracias a ambas Natalia y Liliana por sus comentarios.

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  4. Un texto donde se combinan la poesía y la psicología del pensamiento. Me encanta la valentía de ese ser ante la muerte.

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